Ayer toqué la canción más triste del mundo con la harmónica. Anduve de puntillas. Bailé con los ojos cerrados. Y dibujé mi vulnerabilidad.
Conocí un poco mejor a K., que es un encanto. La entiendo con dificultad pero cada vez mejor. Al mirarla no puedo evitar preguntarme por qué ella está en una silla de ruedas y no yo. Qué extraño azar.
Hoy podría ser un día diferente. Podría ir de árbol en árbol. Mandar a paseo el temporal. Saludar a la estúpida de la caja de ahorros. Poner buena cara a ese que me ha pisado en el autobús. Perdonar a quien casi me atropella en el paso de cebra. No acordarme de la madre de los fabricantes de los auriculares Aiwa, porque no me funcionan bien. Decir a todo que sí, que perfecto.
Podría hacer todo eso y mucho más. Pero qué pereza me da.
Un día, al despertar, me di cuenta de que me había convertido en alguien muchísimo peor. Comencé a perseguir a los demás, señalándolos con el dedo, acusándolos de delitos que no habían cometido. O sí. Nunca lo supe. Era una hormiga en un hormiguero confuso que me iba devorando. Aquella histeria acabó con parte de mí. Dejé de comunicarme. Sólo echaba cosas en cara. Y, sin embargo, todo el bien que hice, todo los buenos momentos que pasé, quedaron perdidos en el oscuro olvido.
Un día, al despertar, me di cuenta de que debía nacer otra vez. Y nacer kiwi, si no es mucho pedir.
Cada vez valoro más el silencio. Esa radio que se apaga. Esa voz que se calla. Ese coche que se detiene. Es como si pudiera parar el tiempo al cerrar de ojos. Como si todo fuera mucho más fácil de lo que es. Más simple. Más de verdad. Más mío. Más yo. Dura muy poco, casi nada. De repente, todo vuelve a arrancar, la tertulia, la bronca, el tubo de escape...
Mi pulso.
Quizá sea necesidad humana pensar que las cosas no son lo que parecen. Que nosotros mismos las inventamos con el fin de alcanzar una vida mejor. Vemos cosas que no son, rellenamos la información que nos falta de manera arbitraria. Creamos imágenes, iconos, que como llegaron, se irán. Vivimos esa extraña mentira que nos hace sentir bien y quedar mejor al disculparnos.
Es la buena educación.
Mi padre encontró un aparatito de esos que emiten ultrasonidos para asustar a los perros. El caso es que mi espectro auditivo me permite oír tan altas frecuencias, y me asusta a mí. Es un sonido desagradable. Mi madre está preocupada porque ella no lo oye y piensa que se está quedando sorda como una tapia. Pero peor es lo mío, que creo que me estoy convirtiendo en perro.
Llegó un momento en el que la torre de la televisión dejó de emitir. La comunicación unilateral había llegado a su fin. Los ciudadanos se desconcertaron. Pero sintieron una enorme paz al ver esa pantalla, por fín, azul.
Ayer toqué el xilófono y los bongos. Bailé extrañas danzas improvisadas y me imaginé comiendo un bocadillo de tortilla en la punta de un monte. Es verdad, os lo juro.
Debería dejar de controlar milimétricamente la felicidad. Mi felicidad. Y la tuya. Soltar las amarras de lo matemático. No tiene sentido, yo siempre fui de letras. Puras. Y si recurro a ellas, a las letras, y no a las cifras para expresar el resto, no entiendo por qué demonios no hago lo mismo a la hora de sentir. Qué absurdo. Otro gran absurdo más que añadir a la ya larga lista de sinsentidos domésticos de espanto y brinco de la que me alimento.
No tiene por qué haber porqués. Que me quede claro de una vez.
Supongo que si algún día muero -que no estoy del todo segura de que vaya a ocurrir-, será en fin de semana. Cuando las familias se unen, los amigos se ponen ciegos a cubatas, las parejas se agarran de la mano y las de cincuenta para arriba sacan sus mejores y únicas galas. Sí, creo que será un soleado fin de semana, muy de belle epoque. La gente feliz tomando su vermú mientras leen los suplementos domicales, y yo, agonizando y cagándome en la madre de cada uno de aquellos que no hicieron méritos para ganarse mi respeto.
Soy de lo más cascarrabias. Repito.
1) Vivo totalmente ajena a la disputa bitacoras.com vs. bitacoras.net. La vida anarcosindicalista de mí misma me sienta mejor.
Actualización: también vivo ajena al resto de lo demás.
2) He decidido retomar mi blog en lengua diabólica Taxi Galduak, -que no se espere nadie actualización diaria- y he añadido una pequeña lista de blogs en ese idioma prerrománico.
Actualización: Por otro lado, el diario Berria publicó un reportaje sobre los blogs en su edición dominical. Aparecía Diario de un Feo, así que ya puedes prepararte, Feo, que recibirás la visita de Garzón en breve, vista la injusta fijación que tiene la justicia por esta publicación.
3) Soy una persona a la que no le gusta que le hagan preguntas. Me agobia que intenten descubrirme. Si quiero decir algo lo diré. Pero que no me fuercen a hablar más de la cuenta. Que no me den el turre. Quien se ponga pesadito lo lleva claro. Que quiero vivir tranquila con lo que tengo. He dicho.
Actualización: Soy una borderas, lo sé.
A aquella niña hipermétrope la sentaron en la primera fila, donde nadie quería sentarse, al lado del niño que no sabía hablar en voz baja, tenía un aliento terrible y aspiraba a ser electricista algún día. La niña hipermétrope, que de cerca veía más bien poco, a fuerza de proximidad y de ponerse una pinza en la nariz, se enamoró del niño halitósico. Su relación fue progresando, siempre manteniendo las formas, hasta que un buen día, en plena clase de Ciencias Naturales, el niño que no sabía susurrar le gritó a la niña hipermétrope "quiero verte las braguitas".
La sonora carjada de la clase y la reprimenda de la maestra se cargaron su amor.
Tú siempre eres espacio. Yo sólo sé darte tiempo. Y ahora soñamos con construirnos un lugar y unos momentos, el uno para el otro. Una casa vacía. Sin paredes. Una gran mesa. Una cama. Ciertas ventanas al mundo. Papeles. Libros. Dibujos. Palabras, sentimientos y sinceridad. Una luz que entra de costado. Tú y yo. Un hogar. El mundo.
El universo es un dodecaedro (o varios), según unos estudios. Me angustia no saber qué había al comienzo de los tiempos, antes del big bang, los elementos que lo formaron, etc. Mucho antes. Es culpa de George Steiner. Si me meto en un agujero negro puede que aparezca en tu cama. O en el WC de la Moncloa. Es aleatorio.
Es domingo. Necesito las cosas mascaditas. Volver a la papilla.
Las revoluciones se forjan desde la decadencia. Obvio. Sacando las cosas de quicio, llevándolas al límite. Yendo cuatro pasos más allá cuando lo ideal hubiera sido dar dos. Lo necesitamos. Necesitamos el doble mortal hacia adelante. Lo reclamamos. Hoy. Ahora. Si no es por las buenas, será por las malas.
Cometeremos errores, pero no nos arrepentiremos de ser humanos.
Con decir que ayer toqué las maracas y me dibujé abrazada a un árbol de tronco ancho a lápiz y rotuladores fosforitos (no había más), pueden imaginarse el resto, ¿no?
Los hoteles para infieles son pequeños y coquetos. Generalmente están a las afueras, y sus recepcionistas saben mucho. Tienen un Máster en Análisis de Hipocresía y Apariencia. Los infieles llegan con cara de ir a jugar al ajedrez, como si nada más que una extensa partida entre amigos fuera a ocurrir. Como si ninguno de los presentes en el hall supiera que no dejarán poro de piel sin desnudar. Pero el protocolo es así. Caras serias. Cierto aire solemne. Lo que ocurre es importante. Nombres falsos. Una puerta que se cierra al fondo del pasillo.
El resto, se lo callan las paredes.
La pequeña vendedora de frutos secos puso un anuncio por palabras pidiendo a gritos alguien con quien compartir una tarta de boda. No quería casarse, tan sólo los muñequitos decorativos. Se presentaron multitud de aspirantes, de todas las formas y colores. Algunos fueron descartados por el olor, otros, por su dentadura, la gran mayoría por no saber pelar almendras correctamente. Ninguno lograba convencerla gratamente, hasta que apareció el funcionario de la administración de las cosas pequeñas, que curiosamente medía casi dos metros y de cosa pequeña tenía más bien poco. Con un pestañear rítmico y una risa contagiosa consiguió que la pequeña vendedora lo aceptara tal y como era.
Él se comió la tarta. Y si no llega a darse prisa la pequeña vendedora de frutos secos, también se hubiera comido los muñequitos decorativos.
Una vez hubo un tiempo en el que no había espacio entre las palabras. Se escribían seguidas, a borbotones, sin pensarlas demasiado. Se decían a escondidas, en el cuarto de baño, lugar donde reposan los mejores momentos y pensamientos. Ahora, tú y yo, recuperamos aquellos días que fueron tachados de incorrectos, molestos, reprochables, provocativos, hirientes y escandalosos. Aquellos días en los que hicimos nuestra particular Revolución.
Porque para nosotros, 2+2, siempre fueron 5.
Anoche, estaba hablando con mi madre cuando se fue la luz. Así, sin más. Nos sumimos en la más absoluta oscuridad. Estábamos en medio de una frase, y de repente, nos quedamos en silencio. Nada. Comenzamos a palpar las cosas, a caminar sin sentido por la casa, a preguntarnos cuánto duraría aquello. Su preocupación era el congelador (y todo el volumen comestible que contiene). Un curso de ceguera acelerado. Nos quisimos dar un beso de buenas noches, y no supimos acertar.
Esta mañana seguía a oscuras, encendiendo el fuego con cerrillas, tropezándome con los zapatos desparramados por el suelo y arreglándome a la luz de una linterna.
Una extraña sensación de vivir en una tienda de campaña en medio de la ciudad.
Si pudieras hablar, ¿qué contarías de mí?
La piel contra la piedra. La lucha de carneros. La sokatira. Las olas. Las montañas. La lluvia. Siglos de historia de una frustración. De una realidad contradictoria. Un odio estéril. Se invente la Historia que se invente. Es así. En un callejón sin aparente salida. Una oscuridad. Y una mayoría que calla, que no está en los titulares, y que no se casa ni con unos ni con otros. Estoy con aquel que dice (Txetxo Bengoetxea) que los políticos dais asco. Sois todos unos mentirosos. Sacais provecho del sufrimiento de la gente. Ojalá consigamos construir una Sociedad Civil que os dé una lección. A vosotros que buscais manipular y monopolizar nuestros destinos. Dais vergüenza ajena, de verdad.
Gracias Sr. Medem, por sacar los colores a toda esta gente. Aparezcan o no. Ya era hora.
Mi vida hoy, hasta ahora:
7.38 Pareja de borrachos que aún están de fiesta de despedida. Camisetas que rezan "le han cazado" con la foto del novio. Nada originales.
7.40 Hombre extraño con peluca marrón, estilo "mesilla de noche". Mezcla entre Tony Leblanc y alguien venido de otro planeta con traje verde clarito.
7.43 Hombre de sonrisa curiosa, como de dibujo de Hannah & Barbera (que eran dos hombres y todo el mundo pensaba que era una mujer judía).
7.47 Mujer semidesnuda. Look ochentero. Pinta de habérsele pasado el arroz, y algo más.
7.53 Conductor de autobús al que intento hacer sonreír sin éxito. Hay gente que no está para nada.
7.56 L. la de los periódicos y su troope, generalmente niñeras o señoras de la limpieza, y generalmente cotillas.
7.59 R. no lleva la camiseta de corazones de ayer. Lee el periódico, y pone esa voz insoportable al saludar.
8.00 Un nuevo día en la vida de esta paracaidista.
Adoro esta ciudad (sic).
Viajar a Valencia por amor. Irse a Sudáfrica por ídem. Volverse al no soportarlo más. Empezar de nuevo. Mandar todo a la mierda en un chat. Encontrar allí un hombro en el que llorar. Un recién separado que se acaba de enterar de que su ex va a ser madre. No, no es de él. Algo sencillito.Enamorarse sin apenas conocerse. Querer. Ser aplastada por un autobús. Ir a Nueva York de vacaciones y coincidir con el apagón. Volver. Seguir queriendo. Todo, por el módico tiempo de cuatro años. La vida pasa deprisa. Algunas biografías se llenan de cosas, accidentes emocionales, impulsos vitales.
Otras, parecen ciervos disecados.
Antes hubo aquí otro post. Ya no. No hagan preguntas.
No nos lo merecíamos. Tener que mirarnos así. Bajo la lluvia. Demasiado dolor. No. No puede ser así. Sé que no sirve de nada. Pero esto es lo poco que podía hacer. Es amor. Aunque a veces se vista de rabia. Es sólo amor.
Otoño. Te sientas en un banco del parque. Das de comer a las palomas, que se agolpan a tu alrededor mendigando lo que les des. Podría ser peor. Todo podría ser mucho peor. Y sin embargo, por alguna razón, no lo es. Es mediocre, sin más. La soledad te está embruteciendo. Tanto silencio convierte en torpezas tus pocas palabras. La falta de costumbre. Es otoño. Otro otoño en soledad. Y te preguntas por qué. Y la única respuesta son las sucias palomas transmisoras de enfermedades que ahora tienes a tus pies. Y de repente, algo cobra sentido. Pero no sabes muy bien qué es.
No sabes muy bien quién eres.
No tienes ni idea de quién es él.
Sutilezas a un lado, soy especialmente negada para el esgrima. No sé defenderme, me descuido cada dos por tres, y tengo muchos puntos realmente vulnerables, unas cuantas debilidades, y lo hago todo a destiempo. Mi ataque puede resultar más espectacular que efectivo, alocado, desordenado, tentando a la suerte de un contragolpe letal, que siempre ocurre, cuando todo el mundo lo espera menos yo, y me dan, aquí cerquita del órgano palpitante, donde más rabia da.
Y aquí me tienes, maestro de la tangente, aquí me tienes, desarmada, desalmada, desnuda y frágil, insegura y desorientada, escribiendo una gran interrogante con el vaho que sale de mi boca.
Me he quitado el casco y las protecciones.
Tengo frío.
Touché.
Estimado Sr. Puercoespín:
No por mucho madrugar amanece más temprano. Ni a quien madruga dios le ayuda, porque dios no es el jefe de una oficina de reparto de alimentos espirituales racionados. O sí, y el subconsciente nos ha traicionado a los que ya no creemos en casi nada, pero por alguna razón, conseguimos que la gente nos crea (sobre todo cuando mentimos vilmente).
Con esto, que no tiene que ver con lo que viene a continuación, quiero solicitarle que, por favor, cuando la realidad no sea de su agrado, no intente sustituirla por simulacros. Intente cambiarla. Pese a que le suba el azúcar en la sangre y corra el riesgo de ser felizmente diabético. Luche.
Agachar tanto la cabeza es malo para las cervicales. Créame (como me creen millones de infelices cúbicos).
Atentamente,
La Telepredicadora.
Un día, decidí ser una voz de ultratumba. Comencé a hablar de manera grave y a ejercer de conciencia de aquellos que me rodeaban. Era afectada. Una especie de muerte de Bergman. Pensaba por ellos, sentía por ellos. Les hacía cuestionarse lo que siempre habían dado por sentado. Sus mundos tambaleaban. Donde habían existido pasos firmes, ahora no había más que dudas. De repente, no estaban tan encantados de haberse conocido. La diversión dejó de serlo todo, para convertirse en nada. Un hedonismo decadente que hacía eses en un club donde todo daba vueltas.
Sí, aquello no se emitió. Pero al final de Sensación de Vivir, aparecía yo.
Funciono por brotes. Como por calambrazos. ¿Cuando llueve qué les pasa a mis cables? Pues no sé. Me dedico a extender facturas de bombonas de butano. O cantar unas coplillas. Pero generalmente me pongo triste y pienso en la de cosas que haría bajo la lluvia y no puedo. Tocarte aquí y allá. Pellizcarte un pelín hasta hacerte saltar. Y que tu corazón salte. Y que, de paso, tu vida salte también. Como por calambrazos, eso es. Como si la lluvia al mojar nuestros cables, hiciera saltar chispas de formas fuera de toda geometría. No más rutinas mustias. Cortocircuitar nuestras debilidades. Electrocutar nuestros miedos.
Y bailar, bailar mucho, al son de cualquier canción que no sea de verano.
El pequeño trabajador de la fábrica de chocolatinas de mentira, robaba bombones de cartón piedra cuando nadie miraba.
El pequeño oficinista de la sucursal del banco religioso, robaba monedas de un céntimo ocultándose bajo la mesa.
La pequeña maestra del colegio de niños albinos, robaba los bocadillos de chorizo del almuerzo.
La pequeña empleada del museo del latón, robaba utensilios de cocina danesa.
Y así, construímos una civilización. En la que las vacas son ahuyentadas a berreos y la palabra "ausonio" aparece en el diccionario.