Post de becerrada futbolística.
Acabo de ver que alguien ha entrado en la fábrica buscando invasiones griegas. Supongo que se debe al post referente al partido de la Real frente al Olympiakos. Hoy, nos toca invadir Costantinopla, ale, a ver si tenemos suerte y no nos taponan los oídos que por allá gritan que no vean.
¡Y no se me acojonen ni se me pongan Dodotis o sus pego según lleguen por la variante!
Aurrera bolie!
Lleva intentando la cosa algo así como tres meses. Va, pregunta, le responden que no, y se marcha. La delegación de educación del Gobierno es como una carnicería, con sus numeritos de turno y todo. Coincide en el mismo edificio con el registro de parejas de hecho, así que mientras M. está rogando que abran las listas para ser profesora donde sea, se puede encontrar con una boda gay por todo lo alto. La administración se ha vuelto de lo más emocional.
El otro día, Mariasun la de la ventanilla, en tono confidencial (ya conoce a M. de tantas veces que ha ido), le dio el adelanto de una oferta de trabajo en determinado centro.
- A ver, pero tienes que ser licenciada en alguna de estas cosas: Biología, Química, Física,...
(El cielo de M. se abrió).
- Sí, soy química. (O químico).
- Vale, ¿sabes lenguaje de signos?
(M. en blanco neutral).
- Er... ¿el de los sordomudos?
- Sí, es requisito indispensable. Nivel dos.
(Nivel dos. Nada de nociones. Nivel dos).
M. está desmoralizada. Cuando dicen que está difícil encontrar trabajo, se refieren a esto. También me contó que en determinado lugar, pedían químicos con conocimientos de contabilidad. O eres químico o eres contable, pero esto de querer cubrir varios puestos con una misma persona está feo.
Mientras, hace un curso del INEM que, según ella, lleva un ritmo tan cansino que no tienen más remedio que hablar de Gran Hermano mientras el profesor copia algo en la pizarra.
A occidente se le apaga la luz. Primero EEUU, luego Londres, ahora Italia (sorprendente coincidencia, vayan comprando velas que ya saben quiénes son los siguientes). El problema, según el ministro de Infraestructuras italiano, no tener centrales nucleares. Hay que construir centrales nucleares. A joderse. Parece sacado de una película de Ettore Scola.
En una situación así, de solemne apagón, estamos en manos de los murciélagos, lo sepan. Ustedes verán, pero yo ya he comenzado a transmitir ultrasonidos por si acaso. No sé si lo habrán entendido. Les he comunicado que como ataquen a R. me voy a enfadar. No pueden arruinar mi prometedora carrera literaria (sic) así como así.
Hoy, desbarro.
Estoy sensible*.
En vez de un abrazo, recibo los tonos crueles del teléfono. En vez de una esperanza, planes en los que una no tiene lugar. Y así, sin pena ni gloria, desde esta pequeña ventana al aire, desearía ser aquel acorazado que nadie logró derribar. Pero no. Un bote batido por el oleaje. Nadie. Hoy no puedo ser alguien. ¿O sí? Hoy estoy sensible. Agradecería que nadie me hiciera daño. Facilitaría las cosas.
*Sin ganas, ni fuerzas, vulnerable y tierna. Sola.
Llovizna pero sin ganas. Un siesnoes. Como si le diera pereza llover. Y por alguna razón, me ha venido a la cabeza Z., el pueblo de mi madre, con su estación de tren, sus fábricas, su frontón... Recuerdo que el sábado era día de mercado -ahora ya no sé ni si existe-, y bajaban los caseros con sus productos, y el regateo, "que los tomates que me pusiste la semana pasada no valían nada...", y las historias propias de una plaza. A veces pienso que aquellas temporadas en Z. construyeron mi lado bueno, inocente, sincero.
Recuerdo que mi amama me traía dulces. Decía que eran para mí. Pero yo sé que, en el fondo, buscaba una cómplice porque ella era golosa, a más no poder. Recuerdo el camión de mis primos. La tienda de los otros. Las carcajadas junto a mis tíos. Y recuerdo el silencio inteligente de mi aitaita.
Y aquella calle, que cruzaba el pueblo, y que a ratos, me vio crecer.
R. es especial. No es como los demás. Es... otra cosa. Y tendría todos los boletos para darme auténtica pena si no fuera porque es más terca que una mula. Y encima, un poco bruja. R. es la secretaria de mi oficina. Durante muchos años también ha cogido el teléfono pero alguien decidió que ya estaba bien de ser la única empresa del mundo con una telefonista medio sorda. Que nos liaba las de San Quintín cada vez que nos pasaba una llamada. Y no les digo nada de los recados. Cualquier parecido con la realidad, mera coincidencia.
R. es especial. Un día, cuando llegué a la tarde, me miró con cara de susto y me dijo que le había pasado algo muy fuerte. Ay, dios. Había metido su teléfono móvil recién comprado (Nokia 3310) en el bolsillo de atrás, había ido al baño, y al bajarse los pantalones, el móvil había caído al retrete. En fin, estas cosas son como muy de R. Y claro, como soy el Servicio de Asistencia Técnica amateur, tuve que arreglarle yo el asunto que ella pretendía llevar a la tienda para que le entrara en garantía y le dieran otro. Con una pedazo burbuja de semejante calibre en la pantalla, no sé a quién pretendía engañar.
Ella es así. Conseguí arreglarle el móvil que ahora tiene con un logo de los Simpson. No pega ni sello. Tiene lumbalgia. Y pasa horas hablando por teléfono con vaya usted a saber quién. Cotillea con L. Y pronto, la pasarán a un sitio cercano al mío para que yo pueda escribir sus memorias:
"Erre que erre: la vida según R.".
No sé si me hace gracia o me pone nerviosa. Pero cada vez que escucho a alguien autodenominarse "freak", pienso en que si Todd Browning levantara la cabeza, no dudaría en darles una estruendosa patada en el trasero. Y yo le daría la razón. "Yo soy un freak", a lo que yo respondería "tú lo que eres es un sunobruno". Te autodenominas "freak", por lo tanto, dejaré de pensar que lo eres.
Ser "freak" y decirlo está de moda. Un rasgo de impersonalidad quasiadolescente. Comprensible, pero no por ello alabable, ya que niega su propia definición, pero les da igual. Y si tantos hay, según dicen, ¿por qué no veo yo gente con dos cabezas? ¿Y mujeres barbudas? ¿Y hombres-langostino-a-la-parrilla? Lo que para algunos es una cuestión meramente accidental, otros lo convierten en asunto de Estado y objetivo principal de sus vidas. Lo siento, pero no. El hecho de que te gusten las películas de Todd Solondz (es el día de los Todd), que yo también encuentro divertidas y soy de lo más normalita, no te aleja de ser la víctima de la vida moderna que tú también eres.
Cuántos seres más comúnes que una fregona hay, que se disfrazan de raros para impresionar. Gafas de pasta, camiseta negra y ordenador en mano. Porque en la red queda tan bien como ir vestido de etiqueta a la fiesta de la Cruz Roja en Mónaco.
Y cuánto raros de verdad, escondidos en la vida común de la administración central.
En fin. Es mi opinión.
Si me paseo por el cielo, me perderé.
Como sabrán, cerca de la fábrica se celebra un ciclo de cine de barrio que algunos llaman Festival Internacional. La gente hace colas, ve películas que tampoco le interesan en exceso y estrellas lejanas se acercan a recoger premios que adornarán sus cuartos de baño. Este año tenemos a un grupo del servicio del hotel donde se hospeda el petardeo-famoseo, plantados a la entrada, reivindicando una mejora de condiciones. Algún periodista con mala uva dice que aquello parece el rodaje de una película de Ken Loach.
Será alguno de los pocos periodistas -que no críticos de cine- que no esté ocupado en poner a parir a Julio Medem cuyo documental ha recibido muy buena acogida salvo la de los de siempre. Es posible que no se estrene más allá de las fronteras de este barrio. Aunque con todo el bombo que le han dado, el distribuidor se forraría.
Muy pocos (apostaría que ninguno) de los todólogos habrán visto la película, y ya la tachan de ser alimento propagandístico del Plan Ibarretxe, que tampoco se habrán leído, pero eso da igual, eso es lo de menos, el caso es hablar, no callarse, informar sobre la nada, y nada de eso de informarse primero.
Yo disfruto del cine. El resto,... es eso, resto.
A veces, al salir de casa por la mañana, siento que los ojos se me aclaran, hasta volverse casi transparentes. Siento que la luz entra dentro de mí, recorre mis adentros. Siento que hay algo que intenta alumbrar lo sombrío, encender los interruptores, ver algo, que se esconde, acurrucado bajo algún órgano de cualquier aparato (digestivo, respiratorio, reproductor... vaya usted a saber).
Y ese algo se va tropezando con los desórdenes a los que doy cobijo. Y de vez en cuando le escucho gemir "¡ay!", blasfemando entredientes, mandándome a paseo, maldiciendo el día en el que se le ocurrió intentar conocerme.
Tiene toda la razón.
Perdí la fe. Y de repente, volvió. ZonaLibre resurge. Gracias a los que lo hacen posible. De verdad.
Puede resultar una estupidez. Me veo en la cuerda floja. Tensa. Sin red. Un saco roto en el que lo que siento cae a un vacío estéril. No sirve de nada. Pero sigo. Aquí. A tu lado. Sin demasiada fe. Y esa no vuelve.
Morimos, caemos al vacío, al silencio, nos callan, nos callamos, lloraremos las pérdidas, nuestras palabras se las llevará el viento, y así, soñaremos, aun estando muertos, con una vida mejor.
Y quizás, en algún lugar, escondamos la esperanza de resucitar.
Gracias.
Post batiburrillo:
Por alguna extraña razón no van los comentarios. Espero que por el mismo arte de magia aparezca por una es tan zote que no sabe cómo hacerlos aparecer.
A lo mejor es culpa de la invasión griega que nos ha llegado hoy a la ciudad. 1200 que hacen el ruido de 10000.
A las 20.45 debutamos.
A las 22.30 espero que se vayan agachando la cabeza.
Aurrera mutilak,
aurrera Gipuzkoa,
aurrera txuriurdinak.
:)
Se declaró la guerra interdepartamental. De entonces en adelante todo serían chismorreos, mentiras, y como poco, algo clasificable como injuria o calumnia. Los jefes de servicio actuaban como mariscales de campo, elaborando estrategias para hundir al enemigo en los más profundo de la vida empresarial. Cada proyecto resultaba ser la excusa perfecta para que cada uno utilizara toda su artillería pesada.
De la noche a la mañana, y sin que ellos fueran muy conscientes de la situación, la empresa quebró. Se fueron todos a la calle. Quedaron todos pendientes de una rama que finalmente se rompió, y mientras caían abismo abajo, se miraron a los ojos y por fin comprendieron que, en el fondo, todos eran igual de trepas.
Y todos, igual de idiotas.
Siempre me ha llamado la atención el modo en el que los periodistas se cubren las espaldas. Si alguien los critica ponen el grito en el cielo en nombre de la libertad de expresión. Cada uno es muy libre de decir lo que quiera. Pero es cuando menos inquietante que disfracen de seria objetividad lo que es una visión parcial y subjetiva del asunto en cuestión. Independientemente de sus conocimientos del tema a tratar. Esto resulta muy claro en lo que al conflicto vasco se refiere. Y una no puede hacer otra cosa que sonrojarse al escuchar la cantidad de memeces que se dicen por ahí. Unos, otros, y los de más allá.
No hago más que preguntarme que si afortunadamente algún día se soluciona este entuerto que ya nos dura demasiado (mi esperanza de vivir para verlo es nula), ¿de qué hablarán todos esos todólogos?
Se nos va la luz. Cada dos por tres. Salta el automático y se va. Hasta luego. Nos quedamos a oscuras. Los ordenadores se apagan. A reiniciar otra vez. Y así, supongo que estaremos toda la mañana, sin poder dar pie con bolo. Reiniciando trabajos que se nos caen. En fin, qué precariedad.
Es curioso la de cosas que sujetamos con pinzas. Las dejamos en manos de la improvisación. Respuestas que postponen. Dime algo. Dímelo ya. Y lo único que se reciben son largas del estilo "ya lo pensaré". Quiero que lo pienses de verdad. Y que me lo digas. Que no me lo cuelgues con pinzas en el tiempo.
Que reflexionando se nos va la vida. Que sólo tenemos una. Y esa, sucede ahora.
Es uno de mis músicos favoritos, por su capacidad de narrar historias. Más irónico que Cohen. Menos desgarrador que Waits, desde pequeña he sentido cierta fascinación por él y sus gafas de pasta negra.
Ahora Elvis Costello ha sacado un disco sobre el amor y el desamor, titulado North.
Fue él quien cantó a la belleza inútil.
El que escribió las cartas a Julieta.
No hay nada como ser feo y observador para tener una postal completa de lo que ocurre en esta Sociedad.
Nos hemos perdido. No sabemos nuestra ubicación, pero estamos seguros de que no es la correcta. Tendríamos que estar en algún otro lugar. Otras coordenadas. Haciendo alguna otra cosa. Y sin embargo, volvemos una y otra vez a esta orilla. ¿Por qué? Nos sentimos dolidos y seguros a la vez.
Lanzarnos a alta mar resulta una decisión drástica.
Quedarnos varados en esta playa es la solución trágica.
Quizá navegar a la deriva sea lo único que podamos hacer.
Sin irnos demasiado lejos.
Tengo la sensación de caminar sobre un campo de minas. Mal andamos. Las cosas no funcionan, las máquinas tampoco, los servidores en caída libre y así, construímos un viernes con pocas ganas y bajas morales.
Dejando a un lado mi cara quejica, vuelvo al concepto de mina. Ese grado de incertidumbre al pisar, la diferencia radical entre el sí y el no, ese territorio drástico de blancos y negros, vivos y muertos, bienes y males, me hace pensar en el hecho de que hay cosas que irremediablemente no pueden ser grises. Aunque quizá el gris se encuentre en la pregunta latente, "¿estará aquí?", o, aún mejor, "¿me estallará a mí?".
Arriba el telón. Este es un post de lo más tonto y adolescente. Sólo que en vez del Super Pop, encontramos el Globe Theatre. La esencia, la misma.
Recuerdo que una de mis lecturas favoritas para ese momento tan íntimo que es sentarse en la taza de WC, era un especial del Vanity Fair sobre el teatro británico. Fotos, eso, como de Vanity Fair, donde hasta Bob Hoskins sale resultón. Aquellas personas trascendían, y trascienden, de todo tiempo, lugar, foco, telón. La pompa y la circunstancia. La tradición y el orden. Era muy mitómana entonces, aún más dramática de lo que soy ahora, una adolescente (aún más) y pasaba tardes imaginándome ser Ofelia en brazos de cuantos Hamlets ha habido. Desde Sir Laurence al chico de Belfast, pasando por Claudios y atormentados. Ahora que lo pienso, no sé si el atormentado interpretó alguna vez a Hamlet. En fin, da igual. El caso era acabar en sus brazos.
Mis sueños eran un escenario donde todo era posible. Bueno, todo, no.
Nunca me pude liar con ÉL. Y eso que, una vez, lo tuve a escasos metros.
A veces me pregunto cómo se construyeron las ciudades. Cómo, mirándose las unas a las otras, se crearon las geografías y los mapas. ¿Somos nosotros los que dominamos la ciudad? ¿O es la ciudad la que nos engulle a su antojo? Asfalto. Poder. Miseria. Deseo. La temeraria actividad de seguir viviendo comienza a las ocho de la mañana. Frenéticamente. Juntos, muy juntos, mientras el semáforo se pone en rojo. Juntos, más juntos todavía, cuando viajamos en el autobús. Juntos, sí, juntos, pero sin dejar que nuestros roces, nos hagan más humanos.
Al mar le duele algo hoy. Muestra esa rabia de color verde grisáceo. La misma que, según cuenta la leyenda, se llevó al mejor marinero del lugar, que salió a salvar a su amigo una noche de tempestad, en la que ni siquiera el faro de la isla consiguió alumbrar su oscuro destino, ni las redes sirvieron para recoger las lágrimas que se derramaron en el puerto.
El mar no tiene piedad. Nos llevó a dar la vuelta al mundo por primera vez. Nos hizo balleneros. Nos dio de comer. Se llevó a nuestros hijos. Nos lo ensuciaron de negro. Y así, forjamos siglos de historia agarrados de la mano, desde que creímos en las maldiciones de Ortzi, hasta que hoy utilizamos las zodiacs y veleros, pasando por los que lo cruzaron para hacer las Américas o las traineras que compiten por un pedazo de gloria.
Es el espejo de épica y tragedia en el que nos miramos cada día, mientras muy a lo lejos, donde mar y cielo son uno, aún se escucha el grito.
Boga!
Teniendo en cuenta que cuando abro la boca no doy una a derechas, me cuestiono el punto tres de este pentálogo, con el fin de evitar males mayores y daños innecesarios. Pero teniendo en cuenta también, que la gente a mi alrededor merece tener una mayor comprensión de aquello que acontece dentro de mi cabeza, a la hora de evaluar muchas de mis acciones, creo que es bueno un poco de sinceridad. Aunque joda. Claro que soy torpe y la saco a pasear cuando no debo, y me llegan las malas caras contra reembolso, y me arde la conciencia, debo ser mala, muy mala, por pensar esto y aquello y lo de más allá.
No soy tan mala. Ni pretendo cambiar el mundo. Sólo quiero cambiar esta parte de mí que me duele tanto.
Impresiona ver cómo lugares que has conocido toda la vida pasan a ser escombros sin más, por la divina voluntad del hombre. Siendo la arquitectura un mundo lleno de divos y mediocres (como casi todos los mundos), todo invita a pensar que lo que sustiuirá al viejo mercado donde la charlatanería matutina de las amas de casa se sentía a gusto, será o un ombligo gigante del autor de la obra, o un laberinto donde buscar el baño y jugar al escondite se convierten en sinónimos. O ambas cosas a la vez.
Leo textualmente sobre un curso de Musicoterapia organizado por una Casa de Cultura del Excelentísimo Ayuntamiento de esta Maldita Ciudad: "Ejercicios para trabajar la autoestima, comunicación y escucha mediante la audición de diversos tipos de música. Curso práctico en el que el alumno podrá realizar un desarrollo de la historia musical a través de vivencias personales, ejercicios de psicomotricidad y dinámicas de grupo".
No puedo evitarlo, no puedo evitarlo, tengo que hacerlo. Me tengo que someter a la musicoterapia. Apuntarme el lunes antes de que se agoten las plazas. Sinceramente, es difícil de superar. Sólo quizá por el curso de "Soldaditos de plomo" o el de "Djembe y Dum-Dum" pero los horarios de estos me vienen mal.
Me voy a comprar un camión rojo, de esos con manguera y todo, y voy a darme unos paseos por ahí, a ver si hay fuego en alguna parte o algún gato subido a un árbol, porque últimamente se me está quedando una cara de bombera (torera) que no vean. Da igual lo que pase, que a hacer milagritos de Lourdes, mandamos a la nena. Les sirvo para acabar con un virus, para arreglar diseños, para escribir 100 post-it, para cambiar un ratón, para las empresas digitales, para los azulejos domésticos... y para cuantas aberraciones se les ocurran. Y sobre todo, para los trabajos que inyectan pereza a los demás.
Para lo que no sirvo mucho, más bien poco, es para ser hija ejemplar o ama de casa de alto standing.
Sí, para eso mejor que no me llame nadie. No doy la talla.
La amante furiosa volvió a dejar un inquisitivo post-it en el frigorífico:
Mentir a ritmo de apasionado tango, aparentando que la rutina sigue por dentro y por fuera, del derecho y del revés, de arriba abajo, de izquierda a derecha. Sentir que algo cambia en el interior, que es hora de decir basta, ya no quiero nada más de esta vida. Dilo. Díselo. Dile que ya no puedes más. Que todo acaba alguna vez. Incluso la vida doméstica de la parece imposible escapar.
Agárrate fuerte a mi sueño. Es tu última oportunidad.
Dios... qué carácter tiene esta mujer.
Me han hecho un favor. Me han puesto unos vecinos enfrente para que les pueda espiar. Me he comprado el kit-voyeuse (femenino que me he inventado para voyeur), y paso gran parte de mi tiempo libre mirando por la ventana a esa otra ventana sin cortinas ni persianas cerradas. Anoche la vi guardando la ropa limpia con olor a suavizante en un aparador. Intuyo que hay un él, al cual aún no he visto. Y me siento como un Jarvis Cocker de clase diferente, espiando a una chica, espiando a un chico, espiando el peor lugar del mundo.
Me acabaré fumando sus cigarrillos. Bebiéndome su brandy. ¿Y deseando que algún día ella nos pille a él y a mí escondidos en la despensa? Jarvis, pero qué cosas me haces pensar...
Me quedé acurrucada. Mirando a la nada hasta quedar dormida. Posición fetal. El runrun de la radio que hablaba de los resultados de la jornada futbolística. Terminaba un fin de semana más. Otro que olvidar. Nada. No me pasa nada. Esa es la cuestión. Tienen que empezar a pasar cosas, ya va siendo hora. Te di noticias de mi vacío. M., que está en muy mala racha, me dijo que quería que pasara un año de golpe, y estar bien. Un año en un pestañear. Abrir los ojos y ver cómo no todo es soledad. Cómo hay alguien -ojalá fueras tú, pero esto no merece la pena decir, no sirve de nada- al otro lado.
Dormir, y al despertar de la hibernación, sentir que todo merece la pena.