Hay que sacudirse la dependencia emocional. Contar hasta tres. Decir, "que te den". Venga, va. Tu cotidianidad también tiene su aquel. Aunque esté un pelín patas arriba. Te duele la mandíbula. No puedes abrir bien la boca. Parece una metáfora, manda huevos. Tienes la casa hecha una mierda. Ya verás cuando vuelvan. Cuando vuelvan ya habrá pasado el zafarrancho de combate limpiador. ¿Qué hacemos hoy? Día nublado, riesgo de lluvias, podrías rediseñar el blog, que es lo que llevas pensando desde hace un tiempo. Dale un poco de vida. No te olvides que eres un zote en eso del diseño. Ya. Hija, no sé, es un puñetero domingo más, haz lo que puedas.
Hay lugares que queman. Sentimientos que arden. A veces los echamos al fuego del olvido y creemos que desaparecen. Sin embargo se quedan ahí, como nubes de humo que atrapan y ahogan. Y entonces somos nosotros los que quisiéramos arder. Y ser olvido.
Parejas lapa. De esas a las que parece que les han dado una pasadita de superglue y ale, a la calle a tomar viento fresco. Besito aquí. Abracito allá. Agarraditos de la mano para no perderse. Caricia aquí. Sonrisita tierna allá. Y así pasan la tarde, de sandez en sandez, mirando por encima del hombro a los transeúntes solitarios. Enfríandose el café con leche, endulzando el ya de por sí acaramelado ambiente, y despidiéndose en el portal como si el fin del mundo fuera a suceder esa noche.
Y sin embargo, no sé por qué, tengo la sensación de que todo eso podría desmoronarse en una milésima de segundo. Del cielito lindo al miserable infierno hay una distancia muy corta.
Me obsesiona el asunto.
No suelo metabloguear. Es decir, hablar de blogs. Me pone un poco nerviosa. Pero hoy me apetece. Ayer, después de recibir un mail, quise poner en orden lo que pienso y siento sobre todo esto. Y no fui capaz. Sólo me hice preguntas.
¿Por qué empecé? ¿Como terapia de choque contra la soledad? ¿Por puro egocentrismo? ¿Como una medida desesperada para ligar? ¿Qué era el Submundo y qué es la Fábrica? ¿Por qué se critican los blogs? ¿Cómo acepto yo las críticas? ¿Por qué tengo la sensación de que hay un rollo raro alrededor de determinada gente? ¿Por qué algunos se creen San Dios y otros simplemente pensamos que escribimos mierdas?
En definitiva, ¿a quién coño le puede interesar todo esto? Y lo que más me preocupa: ¿por qué puede hacer tanto daño?
No sé por qué me apeteció escucharla, ayer por la tarde, mientras caía una fina lluvia sobre la ciudad. Quise escuchar aquella canción cuya letra deformé en mi cabeza, cambiándole las palabras, dándole otro significado a aquella voz, grave y distorsionada que se mezcabla con el piano y las olas. Inventar la historia de un buzón semienterrado en la arena, con una única carta en el interior. La carta de un adiós. Un tren que llega. Una voz en alemán.
Un tren que se va.
"Adiós... Adiós... Adiós".
Aquel hombrecillo tenía una vida de acuarela. Acuosa, diluida. Tenía una vida cuyo pincel necesitaba un relevo generacional. Soñó con grandes cosas. En el sorteo le tocaron las pequeñas. Las inservibles. Aquellos grises objetos que, una vez que aparecen, se multiplican hasta que todo se reduce a eso. Hasta que no hay nada más. Se pierden las referencias de lo que hubiera sido mejor. Se aprende a funcionar con el "irremediablemente es así". Acuarela de colores apagados que buscan una luz, que saben que existe, pero no saben dónde coño se ha metido.
Vuelta al trabajo. ¿Qué? ¿Qué tal? Nada. Aquí y allá. Y yo, en ninguna parte. Pensando en mis etapas, mis ciclos, mis pequeñas puertas que se abren y pequeñas puertas que se cierran. Tendré que hablarlo, defenderlo. Buscar los argumentos. Ahora que voy aceptando cómo funciona la historia, me doy cuenta de que no soy la única en estado de fragilidad. Que el mundo está suspendido en el universo, colgado de un hilo fino. Y quizá sea más cuestión de azar que de otra cosa el hecho de que no se rompa y caigamos todos al vacío.
Hoy celebración familiar. Mi familia es a-líneal. Es decir, incapaz de seguir un relato linealmente. Dicho de un modo más llano, se va por los cerros de Úbeda. Resulta complicado para el visitador externo. Tanto que mis cuñadas tuvieron que solicitar por catálogo un manual de instrucciones. Ahora ya lo llevan mejor, incluso tienen ramalazos alineales. Pero todavía siguen la conversación a trompicones, intentando explicarse a qué venía esto o lo otro.
Nosotros nos aclaramos. Eso sí, cada vez menos.
A ver. No. No de arriba abajo. Sólo un poco. El lunes vuelvo a trabajar. Se acaban las peores vacaciones de mi vida. Pero han servido para una cosa (con ayuda ajena incluso le he dado forma al sentimiento): acaba una etapa. No de esas que acaban a bombo y platillo. Acaba a su modo. Bien. Llegada a esta conclusión, hay que comenzar algo.
1. Me pienso apuntar a cursillos sobre las cosas más absurdas que existan. De lo más cósmicoespiritual a lo más práctico y terrenal. No importa. Aprender. Conocer. (¿Ligar?)
2. Relativizaré prioridades. Dicho de modo más directo y malsonante, yo soy lo primero y voy a hacer lo que me apetezca.
3. No callarme, si algo no me gusta, lo diré. Qué sustos y disgustos se van a llevar algun@s.
4. Quererme un poquito. Soy terrible, pero no tanto. ¿No? No. Pero aunque sea, creételo.
5. Haré amiguitos en el bosque. Más abierta. Más simpática. Más mona. Más inteligente.
Soy inmune a la varicela. Nada puede vencerme.
No me lo creo ni yo. Pero allá voy. Er... ¿me ayudarán ustedes?
Sobredosis de soluciones de toda la vida.
Quizá sí lo sepa. Sé cuál es el prozac que aliviará estos latigazos a los que me somete la rutina y mi contraproducente forma de ser. Es posible que sí. Pero no tengo la receta. Sin receta no me darán nada en la farmacia. Por muy pesada o muy violenta que me ponga. No. "Usted no está autorizada".
Y no me atrevo a pedirlo. Tampoco creo que mi médico se atreva. Implica demasiado. No sobrevivir. Vivir. Implica dar un abrazo cuando hace falta. Un beso cuando se necesita.
Y eso es mucho pedir.
Post visceral. Escrito sin pensar.
A veces pienso que se me exige demasiado. Que escuche cada neura, que sea hombro, abrazo, comprensión. Que esté siempre ahí. Que nunca falle. Que saque la sonrisa en el momento preciso. Que me ponga la nariz roja de payaso en el instante adecuado.
Se me exige que no sufra, que no tenga nada que contar. Que no sienta y si lo siento, que no lo diga. Buena cara. Que tenga tiempo incluso cuando no lo tengo. Que haga piruetas con mi vida, por ayudar a los demás. Y siempre lo he hecho porque sí. Sin pedir nada a cambio. Sin flores. Sin pretensiones.
Pero lo siento. A. es frágil. Y también necesita cariño. Compañía. Y tiempo.
¿Por qué os vais ahora?
Siempre me parecieron de pésimo gusto aquellas personas que montan la bronca de escándalo a sus respectivas parejas delante de otra gente. O aquellas que empiezan con la enumeración exhaustiva de los trapos sucios. No sólo por lo ridículo del asunto. Sino también por lo violento que resulta para los presentes, seguramente otros matrimonios que por no tener, no tienen ni de qué discutir.
Los cables que se cruzan en las tripas de las clásicas cenas de parejas desvelan que siempre hay quienes no se mandan a la mierda para siempre, por pura cuestión de etiqueta.
Yo tuve una araña en un jardín. Se llamaba Sir Archibald. La alimenté, se puso como un tonel y supongo que acabaría estallando de tanta mosca sin alas. Era a rayas, amarillo fosforito y negro. Sin preocupaciones. Creo que fue feliz hasta que estalló.
Como homenaje, mi oveja también se llama Sir Archibald.
Toma el té a las cinco. Fuma pipa a escondidas. Es afectada. Y si el lenguaje ha de ser obsceno, que sea gramaticalmente correcto por lo menos.
Si en algún momento pude con todo, si el desenfreno se apoderó de mí, si fui capaz de entender inglés australiano y mantener una conversación más o menos inteligente, si hice el payaso y si hoy tengo un dolor de cabeza, fue por el Martini, no por mí.
Quería pedir disculpas a los afectados. Ahora ya puedo volver a la cama.
Creo que ya lo dije alguna vez. Llevo las guapuras (o guapeces, según se prefiera) a descompás. Anoche me encontré con una profesora de literatura de mi ikastola (colegio de modelo lingüístico diferente al de la gran mayoría de ustedes) en un bar. Me dijo que me veía preciosa. Y quizá el pelo mojado me favoreciera algo (el cardo, cardo es), pero por dentro estaba y estoy horrible.
En cambio, los días que me encuentro bien, guapa en los adentros, lo que veo en el espejo me parece feo y vulgar.
A ver si nos ponemos de acuerdo alguna vez. No sé, por ligar o por mandar a todo el mundo a la mierda. O ambas cosas, si es que es posible.
Qué frivolidad de post.
Como aquel, a veces me gustaría convertirme en nostalgia, porque en ella sólo caben los buenos sentimientos. Los agradables. Quisiera ser nostalgia pura, sin remordimientos. Hasta caer en el olvido.
A veces simplemente me gustaría desaparecer. Sin existencia alguna.
Me lo dijo una pequeña mujer que asustaba a los niños subiéndose la falda en el parque: "El mundo, tras el Big Bang, se dividió claramente en dos bandos: los listos y los tontos. En el de los listos se situaron aquellos que mejor supieron aprovecharse de la coyuntura. Los que con cara de mosquita muerta hicieron siempre lo que quisieron.
En el de los tontos siempre estamos los que llevamos un cartel en la frente que reza "méame en el ojo". Los que tuvimos grandes ilusiones y la vida se nos convirtió en una lata cuya anilla nos hemos cargado y no podemos abrir. La realidad nos falló".
Joder, pues sí que somos tontos, sí.
Se pusieron de acuerdo todas las mujeres de maridos golfos. Salieron a la calle con sus mejores galas. Los morros pintados. Las prendas ajustadas. Salieron a provocar aquí y allá. A resarcirse de su cabreo monumental con el género masculino. Y con el movimiento hipnótico de cadera a ritmo de éxito veraniego, consiguieron atraer a toda la corte de consortes golfos que pululaban de tasca en tasca buscando un par de redondeces en los que hundir sus ebrias cabezas. Ese fue el momento exacto en el las mujeres de maridos golfos, tomándose la justicia de género por su mano, decidieron, de forma sencilla, mandarlos a la mierda. Meneando la cadera como sólo ellas lo saben hacer.
Ayer, en otro lugar, otra ciudad, vi un cartelón gigante que anunciaba "Agencia de Detectives". Yo creí que esas eran cosas que se ocultaban en los descansillos o se perdían en las páginas amarillas. Pero en ese otro lugar, otra ciudad, se anunciaba a bombo y platillo y luces de neón. Como todo. Sin secretos. De cara. Olvídate de tu vida oculta. Olvídate de que hoy tienes que mentir. Sólo engañarás a tu sombra, porque al resto no se la cuelas. Llena de detectives profesionales o amateurs. De ojos siguiendo cada uno de tus movimientos. Así es ese otro lugar, otra ciudad.
Como todo lugar, este también tiene sus correspondientes fiestas veraniegas. Aquí se inventaron esto, una fiesta sin alma, sin ritmo, una fiesta de mirones, de guiris perdidos, y de yoquesequé. Lo más atractivo resulta el concurso de fuegos artificiales. Por eso del artificio, supongo. La gente se agolpa en manadas, todos con el helado, el tradicional vainilla y chocolate, mirando al cielo, abriendo bien la boca para exclamar el solemne "oh...". La gente se agolpa porque es gratis. Es verano. Y es lo que toca hacer.
Tengo la sensación de tener el teléfono estropeado. Cuando salga, dudo de que el ascensor funcione. Se me derrite todo en el frigorífico, la tele no se enciende y a la radio se le va la señal. Los semáforos andan a su bola. No me quejo. Es una locura pero no me quejo. Un pequeño y precioso caos se ha apoderado de la ciudad. La gente grita en las calles. Se enfadan los unos con los otros. Y yo, desde mi balcón, aplaudo tan visceral espectáculo.
Se lo llevaron. No lo querían y lo echaron de aquí. Que se fuera con su música a otra parte. Y nosotros ya no somos nosotros. Pero eso les da igual.
Cuando voy a la playa sola inserto mi oreja en familias de veraneantes de la provincia que se han comprado piso en la ciudad (son los que pueden permitírselo), y conversan a la sombra del toldo sobre las recientes bodas, bautizos y comuniones acontecidos en el pueblo. Todo es estupendo. Las carreras las mejores. Los trabajos maravillosos. Cuánta inteligencia y cuánta felicidad debe de haber en lugares como Eibar o Beasain. Los miro con la languidez de alguien a quien se le pasea el alma por el cuerpo. Ser y vivir todo el año en una ciudad medio naïf te hace así. Reivindicaré mi sangre del Goierri. A ver si se me pega algo de tanta excelencia.
Un post ñoño y estúpido. Lo odio. Pero no me va a servir de nada borrarlo.
Mi problema es ser demasiado consciente. Tener sobreinformación. Saber en cada instante qué es lo que ocurre con exactitud. Mi problema es que por muy alerta que esté, por mucha distancia que ponga entre los acontecimientos y yo, estos me exprimen hasta sacar la última gota que hay en mí. A veces enfurezco, o caigo rendida sin poder luchar más. A veces me hundo en la tristeza, o le hago un corte de mangas a la vida.
Llevo mucha mierda dentro y no siempre consigo sacar la basura.
El pequeño hombrecillo del bombín, seductor de mediopelo, conductor fatal y coleccionista de peines, caminaba despistando al tiempo y el espacio, escondiéndose en las esquinas y espantando a las reputadas señoras que salían de las distintas iglesias tras las distintas misas mayores. Era su manera de demostrarle a aquella bomba de relojería social que lo excitante se encuentra en lo desconocido, y que mejor ir al cielo sin saber nada de él, que conocerse ya la historia de cabo a rabo, por culpa de un cura amante de la descripción detallista.
Podría encerrarme en mí misma. No contarle nada a nadie. Podría hacer lo que siempre he hecho que es callar. Da igual, ¿no es cierto? No hay ninguna diferencia. Podría no contestar. Ni siquiera enfadarme. Podría permanecer en silencio, como si nada me molestara. Podría aparentar que nada me importa. Y quizá, hasta lograría convencerme a mí misma de que es así. Y sin embargo, estoy aquí, a oscuras, en la sombra, pidiendo imposibles y soñando utopías.
Creo que no sé hacer otra cosa.
Recuerdo aquella noche que intentamos bailar el Wintertime Love de los Doors desnudos en la terraza. Nos solía gustar mucho esa canción, que hablaba de amor en invierno y escuchábamos en verano. Éramos así, funambulistas de lo melódico. Fue entonces cuando descubrí que realmente, y al contrario de lo que hubiera pensado siempre, yo no sé bailar "al agarrao". No tengo ni agilidad ni sé llevar el compás. Y lo que es peor, me entra la risa y me siento un tanto ridícula. Algo así como protagonista de una película de los años ochenta con el pelo cardado y un espantoso vestido azulón. No me pregunten por qué.
Afortunadamente ya nadie me saca a bailar. Menos mal. No soportaría ser Connie Selleca cada dos por tres.
A veces pienso que somos excesivamente opuestos. Tú, grande y reluciente. Yo, pequeña y feucha. Vamos en direcciones opuestas y vivimos vidas que nada tienen que ver. A veces pienso que no, que ni siquiera merece la pena aparcar el uno junto al otro. Pero quizá no hubiera más sitio. O habría que pagar. ¿Te molesta que me quede aquí? Un rato.
Horas más tarde: recibí mi enésima abolladura. Lloré sin airbag.
Un post mío podría sonar más o menos así en 1993:
No me lo digas. Tu vida es como un anuncio de compresas. Aquí, allá. Todo de cara. Eres un completo imbécil, pero todo a favor. Un cretino malcriado, acostumbrado a que todo el mundo le dé la razón. Ahí te quedas, con tu mirada de chulo de playas, aspirante a socorrista de la Cruz Roja, incapaz de salvar a nadie por no despeinarse y descuidar el chiringuito. Tu madre te mira orgullosa. Llora el vacío de tu ausencia nocturna. ¿Para qué? Para nada.
PD: A la churri fascista dile que le den mucho y bien.