Dada la precariedad del medio, y como los pocos viandantes que pululan por aquí habrán comprobado, este acercamiento de hoy es algo más trasnochado que el toque de corneta matutina habitual. Todo ello me sirve para darme cuenta de que mi vida sigue siendo igual de peñazo, con o sin blog. Que quiero irme, aunque sea a Talavera de la Reina, a que me dé un poco el aire. Que tanto sitio igual y tanto día parecido aburre.
El bostezo es algo contagioso.
Cuentan en Vulcano que un señor mayor lo dejó todo por la joven heredera de una fortuna de dudoso origen. Alguien puso el grito en el cielo.
Los demás corrieron a cambiarse la dentadura y ponerse bisoñé.
La necesidad de sentirme necesitada me hace pensar que aquello que gira a mi alrededor es autónomo y autocrático. Siento el impulso de reaccionar. Me frena el miedo a tomarme la justicia por mi mano. Curioso.
Descorazonador.
Hay gente que nació genéticamente preparada para organizar la vida a los demás. Para embolicar al resto, y conseguir que todos bailemos al son de su flauta. No es cuestión de carisma. Ni tan siquiera de autoridad. Pero el caso es que siempre consiguen lo que quieren, y siempre me hacen sentir parte de un rebaño, balando y rumiando al viento. Hasta que de pronto, consigo levantar la cabeza, mirar a mi alrededor, y decirme "¡si a mí no me apetecía ni gorda hacer esto!". Generalmente, demasiado tarde.
La inercia ovina es imparable.
* Shaun, auténtico estilo Wallace & Gromit.
Zonalibre lleva toda la mañana sin funcionar.
Y a mí se me ha olvidado lo que iba a decir. Así que mejor lo dicen ustedes.
Sentada en la acera mirando cómo amanece desde el asfalto. Sopla viento sur. De ese que apenas cae bien a nadie. Y que nos vuelve locos. Nos pone de mal humor. Y nos acaba engañando con una tormenta que no esperábamos para nada. Hoy quizá sea mal día para hablar de amor. O de venganza. O de esas cosas que nos comen por dentro y callamos porque la sinceridad nos da miedo. Mal día para derrumbar andamios a golpe de ganas de empezar de nuevo. Hoy quizá convenga mantener cierta distancia con el mundo.
Hoy quizá sea un día cualquiera.
Un presidente que mira desde su palacio cómo se le echa el pueblo en contra. Cómo aquellos en los que confió una vez, le dan la espalda, intrigantes. Delante de sus pupilas se levantan las barricadas y las mentiras. Las suyas y las ajenas. La mala política y la incomprensión. La suya y la ajena. Señalado en un patíbulo en el que no sirve de nada pedir clemencia. Solo. Derrotado. Quizá la única salida sea por la puerta de atrás. O dejar que se consuma el edificio en llamas. Podría encontrar una nueva vida. O podría arder con esta. Se es quien se es. Corresponde a otros traicionarnos.
O quizá tenemos suficiente con nosotros mismos.
Cambio vida de tragicómica bohemia por pasaporte falso de país extranjero. También vendo caja de cerillas que perteneció a Victor Manuel II o a un campesino prusiano. No sé. Precio a negociar.
Se perseguían el uno al otro por toda la ciudad. En una carrera discontinua por asfaltos y aceras. Se perseguían sin entender por qué se estaban persiguiendo. Sin entender el placer de ser, soñar, sentir que se es más que alguien que corre, que persigue, que busca con la mirada. Se es más que alguien que vive atrapado en la jaula de la rutina. Bajo la luz roja de un semáforo, el tiempo se detuvo para que pudieran comprender qué era toda aquella palpitación.
Por qué se perseguían tanto. Por qué cometían la locura de quererse.
Día comunista:
Me gustaría escribirte una bonita historia de encuentros bajo la luz roja de los semáforos.
Eso, y un post con muchos comentarios.
He aquí el post deslavazado de hoy*
MTV es boba. Sus presentadores son bobos. La música que ponen es boba. Y tiene programas bobos. Los que vemos MTV somos bobos porque albergamos la esperanza de que algún día nos pongan algo bueno. Que no sea bobo. Pero ese día no llega, lo cual, nos hace más bobos aún.
*They Might Be Giants es de las pocas militancias que consigo mantener. Si me gustas es porque no tienes sentido, eres absurdo, y algo infantil.
Vayamos a donde vayamos, alcancemos el horizonte que alcancemos, subamos o bajemos, miremos hacia la derecha o hacia la izquierda,... inevitablemente siempre encontraremos gente que nos crispa, nos pone de los nervios, o despierta en nosotros ese sentimiento de querer dar una bofetada y frenarse porque se es cívico y políticamente correcto, y siempre se defendió que a leches no se iba a ninguna parte. Hay que conformarse con dar una dolorosa patada a la pared.
Si es que en el fondo, somos unos estirados.
Lo echamos a suertes. Pares, cambiábamos el mundo. Nones, lo dejábamos pudrirse tal y como estaba. Salió nones.
Leo esta mañana en el dominical (yo siempre a destiempo), una entrevista con mi querido amigo Günter (Grass), mientras desayunaba rutinariamente un café con leche con dos enormes magdalenas de Ogiberri (fin de publicidad). Me he dado cuenta de lo único que podríamos tener Günter y yo en común. Los dos somos seguidores de equipos de fútbol capaces de lo mejor, pero que se empeñan en pelear por evitar el descenso. Es toda una filosofía de vida. Eso, y la defensa del derecho a pataleta. La entrevista era mala de narices.
Pero Freiburg nunca estuvo tan cerca como esta mañana.
Tenía ganas de volver a coger mi bicicleta y pedalear con fuerza. La gente en cuanto ve un poco de luz, se va la playa. Sale de paseo en masa. Es lo que tiene vivir en una ciudad en la que el sol brilla por su ausencia.
Que a la mínima que aparece, parece que se nos abren las puertas del cielo.
Al otro lado, vive la esperanza.
Me paso los días preguntándome si lo que yo necesito es un psiquiatra o un psindicato.
En la pequeña peluquería de lavar y marcar no se comentaba otra cosa. Ni en la panadería de la esquina. Tampoco se dejaba de hablar de ello en el estanco. Ni en el bar de los pequeños platos combinados. Con los ojos como platos y la boca entreabierta. Entre el espanto y la envidia. Hablaban, murmuraban, y escuchaban. Asentían y negaban. Opinaban y juzgaban.
Su tiempo tenía menos valor de lo que quisieron creer.
Me siento bajo tu ventana, y miro, miro con mirada de enfant terrible, de personaje de Albert Camus, de novela de Celine, y siento, siento con el latido de una vida que funciona a golpes, a arrebatos, a portazos de dolor, y sabe, sabe a mar, o a lágrimas que es lo mismo. Y corro y desaparezco. O espero y fumo. Qué más da.
Todo es un dejà-vu.
Perdóname si hoy tengo el día cruzado en diagonal. Si me da rabia que haya personas que inmerecidamente nacieran verticalmente, de pie. O si lo que más deseo es estar en posición horizontal. Perdóname mi brusquedad contestona, mis refunfuños sociales. Mis tangentes y mis extrañas aritméticas internas.
Si es que entiendo que no se me entienda. Soy un peñazo.
Ojalá tuviera esa tranquilidad tuya en la mirada. Esa sonrisa que transmite tanta paz. Ojalá este tormento fuera tormento, pero menos. Supongo que a tu lado todo hubiera sido más fácil. Supongo que el viento hubiera soplado de cara. Pero algo quiso escribir la historia de otra manera. Algo quiso decirme que no. Seguramente fueron los años por venir. Y otras historias. Y ahora soy tormento, como siempre lo fui. Soy quien escribe en negro y rojo y con brocha gorda letras que quisieran ser palabras.
Palabras que quisieran ser amor.
I don't like mondays, Bob Geldof and the Boomtown Rats
Hoy es el clásico día en el que, o enciendo el piloto automático, o las autoridades llaman a la grúa para que me retiren. Entre que he soñado que estábamos en guerra y la calefaccion del autobús, tengo un dolor de cabeza espantoso. No, yo no quiero ir a la escuela. Los niños me pegan y se ríen de mí. Y cuando la profesora me pregunta, nunca sé la respuesta. No sé saltar a la cuerda ni jugar a la goma. Y X. se gusta de otra que no soy yo.
Estoy malita, ¿es que no lo ven?
Rindiendo culto a la desmedida.
Me gustan las cosas caras y las que no hay de mi talla. Acabo comprando las baratas, y que me quedan un poco justas. O me sobran. Tengo una cuenta pendiente con los pendientes. No me complemento con los complementos. Y pese al cambio de gobierno, esas zapatillas no hay en una 40.
Tengo pies grandes. Habrá que llamar a fábrica.
Me he comprado un pequeño apartamento en el interior de un ovillo de lana azul. Las vistas no son nada del otro jueves, pero por lo menos se está calentito en el interior. Ahora mismo, estoy buscando la salida, porque me he quedado sin huevos para mis tortillas, pero no la encuentro.
Maldito agente inmobiliario, se le olvidó adjuntarme el plano.
Vuelvo a ejercer de Goebbles. Es un poco incordio, pero siempre es mejor que haya propaganda política de partidos a que sólo haya propaganda del Estado.
O eso dicen. La botella medio llena.
Creo que vivo en cierta indefinición. Que cuando creo que soy una cosa, de repente, paso a ser otra que no sabía que era. Así me lo exigen. Es curioso y no creo que me guste. Y encima, me cierra el estómago.
Quiero ser quien soy. Que no me hagan cambiar. Que no me pidan ese favor.
Otra vez, lo he soñado. Sueño siempre que tengo que dar la cara. Será porque me oculto habitualmente bajo el triste camuflaje de "sálvesecomoustedpueda". Es agotador. Los diálogos de serie de televisión son agotadores. Mis ropas almidonadas son agotadoras. Mientras doy la cara, pongo la otra mejilla, porque no tengo cara para darles un cabezazo. Me agoto.
Qué estupidez he escrito hoy.
En esta batalla me abandonó mi ejército. Me quedé sola en la trinchera, escribiendo una carta a mi madre en la que le decía que quería desertar. Que quería volver a casa, comer caliente, tener un techo y no pasar este frío por la noche. No deseaba volver a escuchar ni más balas ni más bombas. Ni trazar más estrategias en la retaguardia. Quería volver a ver las paredes de mi habitación, las ropas del armario, los libros de mis estanterías.
Volver a ser feliz. Volver a ser niña.
Detrás de cada persona existe una historia. Generalmente, agridulce. La apariencia es una cosa. La realidad, otra. El destino, una bien distinta. Es posible que yo no crea en ninguna de las tres. Que no crea en nada.
Por eso, te pido que creas en mí.
El pequeño violador de ilusiones volvió a atacar esta noche. Dice la crónica local que su última víctima, una joven en edad de merecer pero con una gran capacidad para perder ese precioso tiempo, apareció haciendo equilibrismos sobre la barandilla de un puente que divide la ciudad en dos. La policía quiso saber si iba o venía.
Ella no quiso saber nada.
