La comunicación se ha ido cimentando sobre mensajes vacíos, como las ciudades se han ido construyendo en base a aparcamientos subterráneos de dudosa legalidad. Cada vez hablamos más, decimos menos, y quizá los más listos, o los más maquiavélicos, sepan tejer la estrategia idónea, en el momento preciso para el plan magistral. Convencer a los demás de nuestra inteligencia (inexistente), de nuestro talento (en horas bajas), es todo un arte.
Como cortar jamón de York fino. O saltarse la cola del autobús.
Tengo la sensación de haberme caído a un charco boca arriba. O como vulgarmente se dice, haberme caído de culo. Miro al cielo gris, y van apareciendo cabecitas curiosas que intentan disimular sin éxito su carcajada. Siento la misma vergüenza del patio del colegio en el que contaba ladrillos, o del baile de fin de curso, que tenía mucho de fin de curso pero poco de baile. Charco tras charco, fracaso tras fracaso, vergüenza tras vergüenza, comencé a acostumbrarme a ser yo. Aunque no sé si logro aceptarlo del todo. No, seguramente, no. Esa es mi eterna disputa conmigo misma.
El peso que llevo encima.
Hoy la ronda en la cantina de la fábrica la pago yo, camaradas. Que es mi cumpleaños.
Las grandes verdades se dicen entre dientes. Se dicen con sabor a lengua mordida y puerta cerrada tras de sí. Las grandes verdades son aquellas que conocen espaldas, y desconocen caras. Las grandes verdades se murmuran, muy bajito, y para uno mismo. No se vaya a disgustar el personal.
O no se vaya a ilusionar en exceso.
Y mientras se consume mi Kas Naranja, me mantengo en silencio, al margen, ausente, intentando contar las hojas del árbol de al lado, o las baldosas del suelo. Porque sinceramente, hay conversaciones, personas, momentos, que no consiguen atraerme para nada. Creo que el tiempo es un bien escaso, prefiero pasarlo enmimismada en el absurdo, antes que hacerlo escuchando estupideces.
No es odio, sólo un insoportable hastío.
Por alguna extraña razón, no tengo el cuerpo para la comida familiar de hoy. Mi familia es encantadora, pero hoy hace demasiado buen tiempo.
En el día más estupendo de su vida, aquel paracaidista acabó colgado de un campanario, desde el cual entabló una amistosa conversación con la señora Cigüeña que le comunicó, off the record, que el nuevo jefe de los Servicios de Inteligencia, era poco inteligente y ofrecía pocos servicios. La única inteligencia que conocía era la artificial. El único servicio, el WC.
El paracaidista jamás pudo bajar para avisar a los demás. Así perdió su guerra.
Post de la niña con gafas y aparato dental mientras desayunaba cereales:
"Este invento que se llama Internet, y que sirve para saber cómo se llama la película en la que Fred McMurray y Barbara Stanwyck se traían de cabeza (se llamaba "Perdición"), o si Julio Alberto sigue vivo (sí, hasta que se demuestre lo contrario), yo lo utilizo principalmente para encontrar novio de la manera más desesperada que se me ocurre. Agrego a gente en el messenger, mando e-mails, me meto en chats... Pero me da la sensación de que esto, como todo lo demás, ya es un tinglado montado y que el pedacito que a mí me toca es muy pequeño, por no decir inexistente.
Y pienso, que aunque no se me vea la cara de cenutria, sigue siendo la historia de siempre".
Odio cometer errores. Y sin embargo, los cometo. Odio hacer perder el tiempo a los demás, y sin embargo, se lo hago perder. Se me pone un insoportable nudo en el estómago que me paraliza de tal manera que ya no levanto cabeza en toda la mañana.
No soy perfecta, pero es que tan imperfecta tampoco puedo ser.
Me voy a apuntar a un curso de tiro con arco en el Perigord francés. Simplemente siento la necesidad de tener objetos arrojadizos a mano. Y domesticar mi puntería.
También me voy a apuntar a la CNT, que han vuelto y eso que nunca se fueron. Sólo para que suelten a los detenidos en Tesalónica y quiten la religión de los colegios. Y aprender a construir barricadas decentes.
Finalmente, me apuntaré a una terapia de grupo para la gente que siempre ejerce de muro de las lamentaciones y está un poquito harta de aquellos que no escuchan, que lógicamente luego no entienden, y que en consecuencia, se lo toman todo de manera personal.
Todo, para llenar mi tiempo, que cada vez se parece más a un campo de rugby al que le han crecido margaritas.
A veces pienso que los días son como ramas. Que si intentas doblarlos se rompen. A veces pienso que existen plantas entre las personas, y que otras, son flores. Algunas tienen espinas. Supongo que vivimos sobre una gran maceta flotante, o un jarrón de último diseño. Y la lluvia, no es más que insecticida.
Pero a veces, cuando me hablas al oído con voz adolescente, te miro y pienso, lo tuyo es ikebana.
Nosotros necesitamos interruptores de on/off. Dicen de los delfines que duermen con la mitad del cerebro, y luego con la otra mitad. Siempre están despiertos. Siempre, disponibles.
Partiendo de la necesidad de reinventarme a mí misma, y habiendo dado las pertinentes gracias a los dos jugadores de futbolín gigante por los servicios prestados, he comprado ropa interior nueva (dado el éxito de mis bragas azules) a la fábrica. No es globalización.
Son ganas de incordiar con las luces de neón.
Hoy he colgado en mi tenderete: tulipanes mordisqueados, pilas naturales, un queso pasado de rosca, un libro que no me gustó, las facturas sentimentales y esas braguitas azules tan monas que me compró la ama.
Intentamos encontrar aliados entre la gente que se para a nuestro lado en el semáforo. Aliados en el autobús. Buscamos aliados cuando esperamos sentados en una cafetería descafeinada. En el ascensor. En la cola de la carnicería. En ese hotel impersonal en el que nos ha tocado alojarnos. A veces, los hallamos disfrazados de abuelita, servilleta o carrito del servicio de habitaciones. Otras, no nos queda más remedio que hacer la guerra por nuestra cuenta.
Así está el patio.
5 canciones, 5 escenas
The Jesus And Mary Chain, Just like honey: Yo, camino del aeropuerto en taxi. Él, sentado en la cama de su hotel. Maldiciendo haber perdido su última oportunidad. Y sin batería en el móvil.
Foo Fighters, Learn to fly: Yo, a punto de despegar en un cohete roñoso, vestida de astronauta, retro. Él, mirándome desde Houston, rezándome a los santos para que salga volando por los aires, pero que no estalle. Maldita gravedad.
Electric Light Orchestra, Mr. Blue Sky: Yo, corriendo por toda la ciudad, esquivando viejecitas con carritos de la compra. Él, haciendo el mismo recorrido inversamente proporcional, sólo que esquivando mujeres embarazadas. Sin encontrarnos.
Benjamin Biolay, Negative Folk Song: Yo, por alguna razón, me acurruco semidormida en el asiento del autobús. Él, va por la acera de al lado, mirando escaparates de tiendas de zapatos para caballero. No nos vemos.
The Divine Comedy, Through a Long and Sleepless Night: Yo, creyéndome un ángel de Cielo sobre Berlín me tiro de la Torre de la Victoria de la capital alemana. Él me espera abajo, mirándome con cara de "eres incorregible" y los brazos extendidos para que no me dé la gran torta. Que, por supuesto, me doy.
Bajaría un sofá a la playa, para sentarme y mirar al mar. Necesito el tiempo suficiente para reescribirme, reinventarme. Ayer lo hablé con A. Ella me dijo que me tranquilizara. Tranquilizarme. Tranquilidad. Se ha puesto el mono de trabajo conmigo. Creo que no piensa dejarme en paz. Se lo agradezco. Mucho.
Me están saliendo canas. Qué fea.
Hola. Soy yo. No puedo dormir. No puedo ser. Ni soñar. No puedo estar. No puedo vivir. Tampoco puedo escribir.
Ya ves.
Es primavera pero no lo es tanto. Incluso hoy, que ha salido el sol, no parece un día soleado. Esta ciudad ya no es la misma, ni reconozco a aquellos que están a mi alrededor. Alguien pidió que se cambiaran las cosas de sitio.
¿Fuiste tú? No lo comprendo.
Estoy perdida. Quizá debería marcharme de este lugar. Salir corriendo tan lejos como fuera posible. Donde no pudiera comprender. Ni recordar.
Un sonido vale más que mil imágenes.
Llega un punto en el que se pierde el control de las cosas. Por no decir el norte. El punto en el que tienes que renunciar a lo único que has querido en tu vida. Crece el vacío. Estás viva pero tampoco demasiado. El dolor es demasiado fuerte como para que olvides despertarte cada mañana. En ese punto, intentas encontrar razones para no arrojar la toalla definitivamente, mientras ves que la toalla cae por su propia inercia.
Es la tragedia griega lo que te mantiene en pie. Maldito sea el coro.
Al final del pasillo se encuentra Penélope, con la fea decadencia del olvido, tejiendo agujeros imaginarios, que destruye y reconstruye, una y otra vez, a la espera de que su Ulises vuelva de su rutina laboral, esa que le absorbe el tiempo y las entrañas. Mientras, Telémaco, que está engordando de no hacer nada, no sabe si ser un cobarde camuflado de héroe como su padre, o lanzarse a una piscina vacía, de cabeza, y haciendo una pirueta en el cielo.
Eso sí, con un inútil flotador puesto. Por si acaso.
Cinco principios del fin:
Sólo admito las mentiras de la publicidad del Lidl. Los lunes y jueves.
No soy de follar y tirar. Para eso, otras.
La información me da de comer. Toda.
Mi nivel de tolerancia es alto. Pero no soy tan gilipollas.
Puedo convertir una vida en infierno. Si quiero.
Nunca tuve alas. Unas cuantas plumas mal puestas que ahora me arrancan y me encuentro en la acera húmeda. Manchadas y mustias. No sé qué hacer con ellas. No me sirven para nada. Salvo para recordar que un día, estuve cerca de volar y me di de bruces contra el suelo.
No superé la adolescencia. No supero esta traición.
A colación de cierta Pesadilla en el Parque de Atracciones
Cada vez te pareces más a ella. Y yo me parezco más a mí en mi peor versión. Ella no sé a quién se parecerá. Ni me importa. Podríamos acabar todos colgados de un pino. Pegándonos un tiro.
Pero somos difíciles de matar.
Una mano, una vez, escribió en aquella piel la historia de amor más bella del mundo. Abierta. Suave. Contradictoria.
Esa piel, ahora, añora, llora. Se seca. Se quiebra. Espera que la mano regrese a posarse sobre ella. Abierta. Suave. Contradictoria.
Para siempre.
A la niña de las grandes ilusiones pinchadas la encerraron en un sanatorio mental. Con una camisa de fuerza y una habitación blanca y acolchada, la hicieron desaparecer del mapa. Nunca más se supo de ella.
Tampoco nadie preguntó.
Ayer, la gente no se aclaraba en qué andén debía colocarse. Estaba señalizado como siempre, avisado pertinentemente como siempre. Pero ayer no se aclaraba. No sé por qué. La gente ayer no llegaba a coger el tren. Intentaban mantener abiertas las puertas, pero estas se cerraban inevitablemente. Llegaban sin aliento, para nada. Golpeaban el cristal, para nada.
Y mientras, en el hilo musical del vagón, sonaba un villancico en pleno comienzo de abril. Quisiera saber por qué.
Digo, como persona humana y social que soy, que me reservo todo el derecho humano del mundo a lo siguiente: la pataleta, el escupitajo, la imperfección, el ladrido, la ignorancia y el despecho.
Aténgase el respetable a las consecuencias.
