Qué difícil es todo a veces. Demasiado difícil. Y a mí me pilla sin paracaidas que amortigüe el aterrizaje. Dónde tendré la cabeza.
No, no quiero. No quiero resultarte indiferente. No quiero que te quedes en silencio. Tampoco que te quedes de brazos cruzados. Quiero que vengas aquí, ahora mismo, y que me digas algo al oído. Porque esa indiferencia, ese silencio, ese quedarse de brazos cruzados, me está matando.
Serie de juguetes entre rejas. La vida es un poco así.
Hoy he visto a un abuelo y a su nieta. Mientras hablaban, se prestaban mucha atención. Se han despedido como extraños.
Hoy he visto a un abuela, a sus amigas, y a su hija. Le han dicho que cuando quiere, no está tan sorda. Ella ha hecho como si no oyera.
Hoy he visto a un político y a su séquito. La gente lo saludaba dándole la mano. Se marchaba pensando que ojalá se presentara en este país.
Hoy he visto a una señora y su perra pequeña. Ella se mostraba indignada. Su perra se frotaba lascivamente contra el suelo.
Hoy he visto a una chica arrastrando los pies. La mirada perdida. La sonrisa forzada. El corazón marrón. Da la casualidad de que era yo.
Según las circunstancias, me pregunto por qué la gente cambia. Por qué decide mudar de piel. ¿Les hace felices? ¿Te hace feliz? ¿Crees que así será mejor? ¿Para quién? ¿Para ti? Ver cómo se alejan aquellos por los que lo hubiéramos dado todo, sin una explicación y sin dar las gracias por los servicios prestados, y por el mero hecho de no ser el mismo, es francamente duro, doloroso.
Sólo puedo respetar, pero cómo jode tener que hacerlo.
Hay gente que se toma muy en serio esto de los blogs. Teoriza sobre el asunto como si se tratara de la solución definitiva para la calvicie o la física cuántica, y no sé muy bien por qué. Crea comunidades, hace críticas, realiza estudios sociológicos, adjunta manuales y le da mil vueltas al dichoso tema de las estadísticas y los comentarios. Yo no pertenezco a ninguna comunidad por eso de que soy muy de Groucho, y rampante como el barón de Italo Calvino. Para algunos, los blogs son un alivio, para otros, acaba siendo un problema, y hay incluso quien acude en busca de un alma gemela.
Cuanto más miro todo esto, más me da por pensar que los blogs no son más que unas cuantas paginillas hechas por una banda de zumbados, con diverso contenido y que resultan de fácil actualización.
No me da para más.
Alguna vez, en alguna vida anterior, ya os hablé de él. No, Sr. Bigote, yo no llevo Barbour. Este vestido ye-ye fue una ganga. No, yo no soy ni tan luciérnaga como su mujer, ni tan monjil como su cuñada (¿o era al revés?). Reconozco que a veces tengo la tentación de saludarle, y otras, tan altiva, le retiro la mirada. Sé que su reojo me persigue pero mi bicicleta es más veloz. Más bonita que esos mocasines de ejecutivo chungo y ese paraguas triste.
Sólo que cuando llueve, me mojo. Ahí está mi decadencia.
Hoy, O. no quería ir a trabajar. Se ha enfadado con su hermana y la ha mandado a mierda. Por lo visto, la tiene harta. Su hermana, de nombre desconocido para los de la parada del autobús, la amenazaba con llevarla a casa. A veces, es francamente difícil separar la perplejidad de la ternura.
Vivo en un mundo pequeñito donde la gente se da de leches y no se sabe muy bien por qué. A mí se me ha olvidado disfrutar. O quizá nunca supe hacerlo. Sólo lo hago con las cosas que nunca serán para mí. Que están prohibidas, son caras o de tan inaccesibles, no tienen precio.
Lo sé. Sé que he soñado la historia más sorprendente del mundo. Y la he olvidado. Mierda. Si es que soy un desastre.
R. tiene ELA. Dentro de 2 o 3 años morirá por ahogo. Será perfectamente consciente hasta el último momento de que se está yendo de esta vida, de la manera más digna que buenamente pueda. Sólo coincidí con él un par de veces. Sólo me acuerdo de verle recostado en un sofá reivindicando el socialismo ante sus amigos los fachas. El socialismo que vive de rentas. Y me digo ahora para qué tanto consumirse en el socialismo que vive de sueldos, dossieres y reuniones. Que se cree que arregla el mundo, cuando realmente está arruinando su vida. Incluso los que mejor viven tienen que morir.
Imagínense cómo lo hacen los que peor viven. Si es que somos unos gilipollas. Y tú el primero.
Mientras el mundo giraba que era una cosa bárbara, y yo iba en bici a currar, un hombre sin hogar roncaba en un banco del paseo de la playa. ¿Y yo? Moribunda sentimental de tres al cuarto, sintiendo el odio caliente, las lágrimas y la soledad de anoche, el insulto en la boca y la patada en el pie. ¿Qué pinto yo en toda esta historia? Nada. Lo único que he podido hacer esta mañana ha sido responder con una sonrisa al "hola" que me ha lanzado un chico desconocido, que iba vestido de punta en blanco (blanco nuclear) y con discman de última generación.
Para alguien que es mínimamente amable conmigo, no es como para desaprovechar.
Es posible que hagamos mayor daño a las personas que más nos quieren por el mero hecho de que creemos que nos lo perdonarán todo. Que siempre estarán ahí. Que nos entenderán. Hasta que, de repente, un día, deja de haber alguien al otro lado. De repente, un vacío. Nos encontramos con un marido que nos aburre y que ni folla ni deja follar, unos hijos que van por su cuenta y unas amistades que bastante tienen con lo que tienen. Sembramos, y recogemos lo sembrado. De nada sirve llorar.
Eso no regará las plantas.
Manipular. Aprovecharse. Utilizar. Cosas que nos pasan a nivel político, pero también en nuestra vida cotidiana. Juegan con nuestros sentimientos, los estiran, los encogen, hacen con ellos lo que les da la gana. Se mueven por su propio egoismo, porque saben que, en un momento dado, nos pondremos de rodillas y los ojos vidriosos pidiendo que siga la farsa.
Y encima creemos que es aprecio cuando en realidad se trata de un escupitajo en la cara.
Voten lo que voten. Piénsenlo antes. Por favor.
Somos pedazos de cielo, monte y mar. Nada más.
La nana más siniestra del mundo sonaba de fondo mientras la niña del vestido rosa cerraba los ojos, apretaba los puños con fuerza, y murmuraba para sí misma "la vida no es así, la vida no es así, la gente no es mala, la vida no es así, la vida no es...".
Qué oscuro futuro nos depara entre tanta ceniza y tanta ceguera.
Independientemente de quién haya sido el responsable de la masacre de hoy, La Fábrica de las Cosas Pequeñas condena toda clase de terrorismo. Desde aquí hasta Madagascar. Me da igual. Como el texto en euskera sólo lo iban a comprender unos pocos, lo sustituyo por este mensaje en un contestador automático de algún teléfono perdido. Es predicar en el desierto. Pero hoy, mi anarquismo no me permite hacer otra cosa (eso sí, en mi tono habitual).
LA VIDA ES JODIDA DE POR SÍ.
DEJÁDNOS VIVIRLA EN PAZ.
Sin ánimo de resultar ni victimista, ni autocomplaciente, ni llorona, ni niñata, ni pesada, ni exagerada, ni egoista, ni impaciente, ni repetitiva, ni ñoña, ni hipersensible, ni crítica, ni egocéntrica, ni petarda, ni estirada, ni excesivamente boba, ni tiquismiquis, ni aburrevacas. Sin ánimo de resultar ni tan siquiera yo misma, diré que tengo una falta de ilusiones de tal calibre que he caído en la más profunda depresión.
Aliñada con la incompetencia de algunos y el don de la oportunidad de otros.
Su Majestad el Rey de la Excusa Perenne hizo acto de presencia en su alfombra roja tejida con los minutos y las paciencias de los demás. Todos parecían reírle las gracias, incluso algunos se compadecían de él gracias a su victimismo, y aplaudían al verlo salir ileso de mil vicisitudes. Mientras, en el calabozo de su palacio, quedaba prisionera la única persona que osó a no creerle.
Que señaló su egoismo donde el resto veía heroicidad.
A veces consigo envasarme al vacío, congelarme, y no sacarme de ahí hasta que se me pase la fecha de caducidad. Así termina mi historia, en una cámara frigorífica. Junto a otras carnes, de otras partes. Junto a otras historias de otros envases. Todas caducas.
Todas insípidas.
Fui una vez trapecista estrella de un circo italiano. Aparecí en aquella película de Fellini sobre los payasos, al fondo a la derecha, junto al baño. Vestida con mi vestido corto de lentejuelas, pedía que los focos se dirigieran a mí para no morirme de frío. Viajé de ciudad en ciudad, de niño en niño, de decadencia en decadencia, hasta que los leones comenzaron a maullar, y a los tigres se les cayeron las rayas.
Y yo me di de bruces contra el suelo, por lo endeble de la red.
Ahora ni siquiera estoy yo. ¿Salí corriendo o me tragó la tierra?
Ya no recuerdo.
Sentir el dolor de otra persona en uno mismo, es totalmente diferente a sentir el dolor propio. Que quede claro. La vida se te escapa, como un sonido que se transforma en eco y se pierde. No hay nadie a tu lado. Ni siquiera quien creíste una vez que no se apartaría de ti. Es un dolor sordo, que se lleva en silencio o quizá en una nota suelta de esa sinfonía desafinada, que no conduce a ninguna parte.
Nadie aplaudirá por ti.
Hay dos clases de gilipollas: los superficiales de las cosas banales, y los integrales de las cosas... integrales. Genética aparte, el camino hacia la gilipollez, es largo, a veces costoso, y en muchas ocasiones gilipollas en sí mismo. Pero es un estado que merece la pena alcanzar. Necesario para presidir un Consejo de Administración. O casarse por la iglesia.
Se nota a la legua cuando una persona quiere hablar de un tema, de uno sólo y exclusivamente de él, porque se le ilumina la cara con el mero citar, y muestra por el resto un interés más bien reducido y lánguido. Son las ausencias que provoca la obsesión, supongo. De repente deja de tener prisa. O tiene unas ganas bárbaras de estar contigo. Le da igual la factura del teléfono o pagar el café. Crees que eres la única que comparte sus secretos, pero en la cola del autobús te das cuenta de que toda la ciudad es docta en el tema.
No ha escatimado en gastos a la hora de repartir doctrina.
La vida cae como una pluma. Como un copo de nieve en tu cara. Es invierno, es soledad. Es aquello a lo que renunciaste una vez, y jamás te será devuelto. Quizá es mejor así. Que mire en silencio cómo duermen los sentimientos. Que duerma yo también. Temo las cosas que son para siempre. Aquello que es único y sólo sucede una vez. Aquello que no te da una segunda oportunidad.
Aquello que te dice "vete" y nunca más te vuelve a decir "ven".
Soy nativa de lo negativo. Saliva del silencio. El viento helado que sopla cuando tú estás en casa. La lluvia que cae al otro lado de tu ventana. Es un amor loco. Tonto. Absurdo. Condenado. Miradas que se buscan en la bruma. La fe ciega del ateo. Es humedad que cala tus huesos. Te deja tiritando. De frío. Pero, sobretodo, de miedo.