La pequeña niña marmota, no supo comprender por qué cuando nevó por primera vez en veinte años en Pueblo Patata, la gente comezó a hablar sola en voz alta y airadamente. El chófer del autobús de líneas se bajó dejando colgados a sus pasajeros. El cura dejo el sermón a medio terminar para estupefacción de sus beatas seguidoras. El banquero cerró la ventanilla pillándole los dedos a la señora que todos los días sacaba y volvía a meter toda su pequeña fortuna. Era la abuela de la pequeña niña marmota.
Los de Pueblo Patata no se lanzaban bolas de nieve. Se pegaban con las palas para recogerla.
Hola. Apenas he dormido. ¿Qué tal estás? Espero que bien. Tú por lo menos te acostaste pronto ayer. Estoy pelín parada. Como con retardo. Espero que sepas entenderlo. Me espera un fin de semana normal, ya sabes, A., M., y todo lo demás que es más bien poquito. Supongo que partido de voleibol el sábado y seguro el partido de la Real el domingo. Vaya banda de garrulos. Lamadrequelosparió. ¿Saldrás un ratito a verme? Bueno, tampoco te molestes.
Se me olvidaba, esto no es un mail, es un blog.
Llevo toda la semana con una pared siguiéndome a toda partes. Le hablo pero no me contesta. Ni siquiera sé si me escucha. Por lo menos así no discutimos, yo odio discutir. Lo malo que tiene es que cuando le doy una patada, así porque sí (como la mayoría de cosas que hago), la que se hace daño soy yo.
Creo que me paso. Que tan así no se puede ser. Que vale que la vida es bastante canalla, pero tampoco es para ponerse de esta manera, a desconfiar a diestro y siniestro, a confiar ciegamente en quien no se debe y a peregrinar, o mejor dicho, mendigar un poco de cariño. Que no, que no se puede ser tan borde, tan contradictoria, ni tan refunfuñona, ni tan sumamente simpática con las personas equivocadas. Que hay que decir lo que se piensa, pensar lo que se siente, y sentir lo que a una le da la gana.
Las arengas, las justas. Y los disgustos, también.
A veces me siento como un Crash Test Dummie, uno de esos muñecos con los que prueban los frenos de los coches (además de un grupo que cantó una canción famosa en los noventa). Frenos malos de coches malos, con amortiguadores de juguete. Así, me doy contra una guantera porque el airbag no se abre, o salgo despedida porque el cinturón de seguridad no funciona bien. Y, habitualmente aparezco colgada boca abajo de un árbol, preguntándome quién me mandaría a mí tener alma de conejillo de indias.
La vida me saca los colores cada vez más a menudo.
Lo especial de las personas se encuentra en una caja fuerte de la sucursal de la caja de ahorros de enfrente. Esta noche alguien ha intentado robarlo, y sustituirlo por una copia mediocre. Afortunadamente, las alarmas pertinentes han sonado y los cuerpos de seguridad han detenido al malandrín.
Según el parte, el presunto delincuente se llama Alfredo Benavente, y es aficionado al tute y la mala vida.
La pequeña señora Pez recibió un telegrama en el que le comunicaban que su pequeño marido, el señor Erizo de Mar había fallecido en la guerra.
Según le habían hecho saber, el enemigo había entrado en pleno en su trinchera, y al no poder reaccionar comenzó a cantarle unos sonetos que él mismo había compuesto, por si sonaba la flauta y les gustaba el asunto. El enemigo, que no hablaba ni escuchaba el idioma, no comprendió. En su profunda tristeza, la señora Pez pensó que los poetas están hechos para la lírica, no para la bélica.
Avanzo por toses. Cuando toso avanzo. Cuando me deshago de una flema, retrocedo. Así, he llegado a duras penas al trabajo en autobús, con la sensación de ser una salchicha embutida entre dos chicos, que no valían nada, algo que la verdad es que empieza a ser muy común. Anoche M. se quejaba de que las tías hacemos el primo buscando carcamales de 25 años que realmente no valen para nada.
La pega no está en los carcamales, sino en los 25 años.
Hay gente a la que le importan más los muertos que los vivos. A otros, les interesan más los animales que las personas. Lo cual, me da qué pensar. Y es que cada vez, merecemos menos la pena. No hay más que abrir el periódico por una hoja cualquiera. En la única en la que hay gente que merecería la pena haber conocido es en la de las esquelas.
O ni eso.
Una que es tan puta y tan santa, cree que la mayoría de la gente no está dispuesta a aceptar los modus operandi poco ortodoxos. Empleados de lo tradicional, y si me lo permiten, de las vidas de sacarina y descafeinado, de sucedáneo light venido a menos, más que de otra cosa. La precariedad de la pretendida modernez (trasnochada) que se sujeta por lo de siempre. Por pereza, por compasión, o por auténtico pánico y terror.
Una que es tan puta y tan santa, se siente contraindicada en este mundo, musa de lo mortal. Y a la vez, se sujeta a la vida con el mango de un paraguas, víctima de su propia e innata precariedad.
Anoche me preguntaba si lo que tengo en la cabeza irá a alguna parte. Realmente no. Lo que sí consigo es albergar cierta esperanza de cumplir un pequeño gran sueño. Que, conociéndome, no es poco. Lo dificultoso es ponerse el mono de trabajo, que una es muy obrera, pero sólo de boquilla.
He tenido una idea. Ahora sólo quiero escribirla.
La pequeña niña de los nudos en el pelo, tuvo semejante somnolencia, que antes de salir de casa, confundió el pequeño bocadillo de chorizo del almuerzo con el mando a distancia. En el recreo, al comerse su pequeño bocadillo de control remoto, sin querer, cambió de canal y el colegio se convirtió en un hogar de PVC en el que la profesora de ciencias naturales anunciaba un nuevo detergente.
Siempre había sido muy mentirosa.
Las prioridades tienen una vida corta. Algunas mueren incluso antes de haber nacido. Otras se dejan a un lado en el olvido. Y la gran mayoría, son cruces de cable del funcionario de turno a quien le entró la cagalera y no supo ponerle otro nombre.
Ayer, E. de mis amores, es decir, mi hermano mayor, me contó que en el programa de ETB que presenta el insoportable Carlos Sobera, existe un personaje que se llama Julen, Funcionario de Diputación. E. y yo nos miramos sonriendo, y pensamos que la idea desde luego es genial (desconfío de que su desarrollo mantenga el nivel, aunque la coletilla de "nuestro querido lehendakari Juan José " debe de tener su gracia) porque las Diputaciones son un ente abstracto superior a cualquier entidad metafísica.
A. y X. me han contado un par de veces las excelencias de otro programa de ETB, en el que uno de los sketches humorísticos trata sobre una familia de origen salmantino (los padres), cuyos hijos son uno ertzaina y el otro tirapiedras y se encuentran en las manifestaciones de la manera más natural.
En este país, el humor es cada vez más raro.
Hola. Soy yo. Me gustaría poder contarte algo. Cantarte una canción distinta. Y sin embargo, es el sonido de siempre. Esa mezcla de olas y olvidos. Que suena como una caja de música estropeada, con una bailarina coja dentro.Ya sabes, somos monóxido y carbono.
Somos química post-mortem.
Partiendo de la base de que no sé absolutamente nada de nada sobre la vida, las relaciones, las personas, los momentos ni las situaciones, creo conveniente hacer una pequeña matización sobre lo que pasa por mi cabeza: sólo manteniendo una actitud abierta al aprendizaje y a la constante mejora conseguiré hacer algo medianamente productivo.
Eso sí, como me vuelva a pasar tres pueblos con la autocrítica me doy de ostias. Por imbécil.
En el primer cruce, a la izquierda.
Hoy soy un oso polar. Me rodea un vasto universo de hielo. Y mucha soledad.
Al pequeño albañil le cambiaron de pilas y le dijeron que debía ser arquitecto. Sin tener remota idea del asunto, comenzó a dibujar edificios imposibles que no había quien levantara. Quizá, si le hubieran dejado ser albañil, él hubiera podido hacer algo...
En este constante tener que demostrarlo todo, tener que exhibir mis dotes y ocultar mis ineptitudes, me pregunto si entrarán en el precio de mis progresos los males estomacales que me produce el estar siempre pendiente de un hilo, mientras otras personas descansan plácidamente en su sofá, su pantalla plasma y su equipo de música de alta-fidelidad.
Y yo, hablándole al pobre transistor. Loca es poco decir.
Mi don de ver la botella siempre medio vacía y yo, mostrándonos incoherentes con nuestro modo de opinar sobre la vida, nos encontramos en la tesitura de pensar que lo mejores momentos están aún por llegar. A dónde y cuánto tardarán, si vendrán cansados o en auto-stop, eso no es tan evidente.
Por lo menos para la botella medio vacía y para mí, no lo es.
Hoy me toca correr una maratón. Ya tengo mi dorsal. No estoy muy convencida de mis zapatillas, pero son las únicas que tengo. Hoy me toca correr hasta que amanezca, hasta que desfallezca, hasta llegar a no se sabe qué lugar. Aquel griego que cayó y calló, no sabía lo que estaba inventando.
Tengo las palpitaciones a tres mil. Una taquicardia que avanza por mi cuerpo como un ejército presto a invadir tierras extrañas. Qué bien. Con lo que me gusta esta sensación. En fin. Que sí, que vale, que las cosas son como son, pero organizándolas mejor podrían ser de otra manera.
Podrían dejar vivir. Podrían latir más despacio.
Extraño patriotismo ese que espera a la entrada de los recintos. Extraño, el que señala, el que marca, el que decreta, como un Dios castigador, quiénes entrarán en los cielos y quiénes se pudrirán en los infiernos. El mundo está desorbitado preso de una pasión también desorbitada.
Y lo malo es que no es amor. Sino odio irreconciliable.