Poder volver a confiar en mí. Volver a creer. Volver a decir.
No sé a dónde voy. Pero cuando llegue, espero poder entrar. Recógeme en este borde de carretera abandonada.
¿O estarás al final del camino?
Volvamos a la imagen. Dejemos a un lado todo lo demás. Dios está contigo. Soy tu telepredicador favorito. Escúchame. Estoy aquí. 24 horas en diferido. Aquí y en el más allá. Dios te quiere.
Pero ¿quién es Dios?
Estuvimos sentados en el porche, discutiendo sobre los distintos tonos de azul que se pueden encontrar en la vida. Me achacó mi frialdad. Le respondí que sólo era cansancio. Permanecimos en silencio. Fumamos. Bebimos. Distintos tonos de azul. En la vida. Miles. Millones. Fríos. Cansados.
La ciudad es aburrida porque yo me la hago así. Supongo. Pero ayer, momento histórico del pasado imperfecto, me entraron ganas de hacer cosas. Cosas como esta, o esta, o esta también. Y sin embargo, y si nadie lo remedia, miraré aburrida al final del infinito desde mi trono-sofá. Que alguien llame a una grua, por favor.
Al amanecer de un día cubierto de pesadas y grises nubes, permanecí sentada en una silla sobre la arena. Soplaba el viento. Cerré los ojos y te miré. Miré como quien mira un faro en la tempestad. Cerré los ojos y te miré como si fueras esa medicina que me calma, esas gotas de agua que me quitan la sed, esa manta que me arropa cuando tengo frío. Al abrirlos, no estabas allí.
Supongo que la ausencia siempre es más real.
Todavía sigo en un sueño profundo. Hay silencio. Pocas ganas de hablar. Hago esfuerzos sobrehumanos por no aborrecer mis días aún más de lo que los aborrezco. Pero cuando llegan días así, me es francamente difícil.
Maldito lunes. Me la jugaste otra vez.
En procesión, en nombre de Nuestra Señora de la Vox Populi.
Venga, joder.
Que alguien traiga una bombona de oxígeno.
Ya.
La versión moderna del Barón Rampante sería subir a una farola y no bajarse jamás. Porque ya hemos acabado con los árboles. A Newton lo único que podría cáersele encima para explicar la gravedad es una cagada de paloma. Esta es la insoportable "gravedad" del ser.
Y sinceramente, hoy a Don Quijote no sólo lo tomarían por loco, sino que además lo meterían en la cárcel. O lo que es peor, en un programa de testimonios. Ser renacentista equivale a hacer triatlón o estar pluriempleado. Ser un romántico es escribir en el mensaje TQM.
Y estos son los nuevos Miserables, los que no pueden ni siquiera optar a un piso de protección oficial.
Sinceramente, sólo falta la versión musical.
En los Laboratorios Edison, me están construyendo una nueva vida. Les he dicho que me quiero ir a Bilbao, que ya no quiero ser tan pupas y que me apetece empezar a mandar y no tener el papel de muñequito del pim-pam-pum. No sé, tengo la impresión de que me van a dejar igual. En Donostia, igual de pupas, agachando la cabeza y recibiendo ostias por todas partes.
Con lo que les pago.
Atlas camina por las calles de la ciudad. En su mirada están los puntos de sutura de este maldito mundo que carga encima de su espalda, con la vaga esperanza de recuperar algún día su propia dignidad. En él vive la fractura, el sentimiento de culpa, y el desinterés.
Atlas camina. Nadie sabe a dónde va.
Me abro paso entre la multitud para descubrir con horror, mi propia muerte atropellada por un coche fúnebre, atropellada por su velocidad, su inconsciencia y su propio tormento. Miro las caras de la gente que intentan mirar hacia otro lado. Me doy cuenta de la repulsión que provoca mi imagen. Tan muerta. Tan sola. Nadie pasará el frío de tener que reconocer mi cadáver.
No les daré ese placer.
Y me pregunto yo, ¿por qué llevo todo el fin de semana con esta canción en la cabeza?
Creo que mi elemento químico favorito es el helio.
Admiro al maquinista del tren propagandístico de Trotsky.
La sintonía de Falcon Crest me pone la carne de gallina.
Kaptain H. Kurtz.
Diagnóstico: hoy no sabía qué pensar.
La pequeña nadadora sincronizada se perdió en el tercer paso. Al cuarto, se puso a improvisar. Se apuró al sentirse rara, diferente. Hizo piruetas contracorriente y al descompás. La pequeña nadadora sincronizada salió de la piscina llorando ante las punzantes miradas de sus compañeras. El público se puso en pie para aplaudir.
Por fin alguien había dado algo de espectáculo.
Me vendrá bien estar un poco sola, sin dar explicaciones. Necesito respirar un poco. Oxigenar mis días. Necesito escribir, ponerme en serio. Eso me dice mi madre. Pero no sé yo si soy una hija demasiado obediente. Me da vértigo. Necesito un sitio donde encerrarme, aislarme, concentrarme. Necesito dinero para eso. Ganar más. Ganarlo mejor.*
* ¿Alguien sabe cómo?
La mitad de los semáforos de la ciudad no funcionan por lo que tenemos que jugar a adivinar si están en rojo, verde o ámbar. Llego tarde porque no me decido. Porque me parece que las posibilidades son muchas. Que cualquiera podría valer. O que realmente es igual de nefasto para la humanidad que esté de un color u otro. Llego tarde porque me pregunto qué pasará después.
Cuando ni siquiera sé qué está pasando ahora.
Tengo esa sensación de pánico que aparece estelarmente cuando se está planeando la huida hacia delante. Anoche apenas podía conciliar el sueño. Me sentía como si estuviera haciendo algo mezquino y miserable. Alta traición o algo así.
Yo sólo quiero seguir creciendo.
Se me ha roto y perdido la tuerquita para ajustar la hora del reloj. Así que en el próximo cambio horario (ese que nos hace decir cosas tan absurdas como "a las dos serán las tres"), yo me quedaré igual. Supongo que eso describe bastante bien el estado de las cosas.
Inexorable.
Allá donde fueres haz lo que vieres.
No sé qué tienen las fiestas de los pueblos. No sé si será la verbena, el olorcillo a abono, el kalimotxo, o esa txaranga que desafina al fondo, pero resultan devastadoras. Sobre todo, si el alcalde da ejemplo borracho perdido.
Eso es demagogia electoralista y lo demás, chorradas.
Ahora me utilizan como ejemplo del "nunca digas nunca jamás". Porque una vez dije que ni por el forro, ni aunque fuera el condicionante de la supervivencia de la especie humana, y a la primera de cambio, lo hice. Pronto apareceré en los libros de texto de las escuelas. Página 54.
La de la izquierda con los pelos locos.
Después de tanto tiempo sin sexo, volvieron a follar. Él sintió que la estaba violando. Ella, que él pensaba en otra.
Hoy la ciudad está callada.
No logro aparentar que espero a alguien. Apoyo mi cabeza contra la piedra. La misma gente pasa delante de mí, una y otra vez. Una pareja de edad avanzada se da un beso inocente en los labios. Otra discute. Un hombre escucha la radio con ansiedad. Y aquel anciano me mira con ternura. Como si quisiera decirme, "él no aparecerá, pero aquí estoy yo".
Caminando en círculos para olvidar el olvido.
No sé si no pueden verme llorar, o simplemente no quieren. Por si acaso, cierro la puerta y me convierto en silencio. Hoy la soledad lleva mi nombre en su lista de conquistas. O en su lista de la compra. Qué más da.
Carne de cañón. Carne de noches sin carne. De lágrimas, soledades, y destierros. Carne de sufrimiento, de ausencia, suicidio, silencio. Carne de venganza, de robo, de asesinato, de locura y violación.
Carne de tu carne.
Como si me estuvieras apuntando con una pistola.
Con un engorroso tono melódico e infantil.
No tengo ni pajolera idea de cómo tratar a las personas. Y encima estas hacen lo que quieren conmigo. Soy de lo más manejable y qué bien, encima vengo con la vulnerabilidad de regalo. Soy la pequeña sobrina de la ciudad, que cuando llega al pueblo, todo el mundo se encarga de que se manche las rodillas.
Y la vida pasa. Y los pajaritos cantan.
Ahora que tengo más tiempo libre me he puesto a hacer cosas tontas como las siguientes:
* Cambiar el diseño de Taxi Galduak.
* Darme de alta en Nedstat para reírme de mis humillantes estadísticas.
* Darme de alta en GMail porque yo soy así de chulita.
* Y el colmo del aburrimiento: un nuevo blog: transcribiendo el morse.
Siéntanse libres de participar. Y de ponerme a parir.
Ahora ya les dejo que me insulten en directo: amalzalarrobagmail.com
Mirando fijamente al perro atado a un banco mientras el dueño se toma el café matutino. Entre él (el perro) y yo no hay diferencia aparente. Nos miramos a los ojos, sin decir nada. Llovía. Y tenemos esta rabia contenida. Y esta tristeza de quien se sabe atado. Y esta cobardía de quien no se atreve huir a la francesa. Mis demonios a la vuelta de la esquina y yo me quedo paralizada mirando a un perro feo, solo, bobo.
Y que ni siquiera sabe ladrar.
Quítatelo. Qué mal te queda ese vestido gris. Te hace más vieja, más aún. Te miras y te ves toda varices y arrugas. Dile a tu madre (que como bien sabes, aún vive) que te compre uno como el que lucías de niña. Salpicado de lazos. Lo llevabas a misa lo domingos para atender mejor al cura de la parroquia, con las orejas bien limpias y los ojos bien abiertos. Mientras tu hermana, la pequeña, sacaba la lengua a los chicos de la fila de atrás. Esa hermana tuya que enseñaba sus bragas a todo quisqui. Que jamás comprendiste. Que te sacaba de quicio. Que quedó soltera.
Que desapareció de repente.