5 pistas para entender un momento:
- Si mis horas están contadas, me pregunto cuántas son y quién lleva la cuenta.
- Quiero ser mayor para saber más de lo que sé ahora y tener una bata blanca.
- Hay algo en mí que está cambiando. He visto un pedazo de piel en el lavabo.
- Iré a terapia de grupo con robots. Todos dirán que me quieren. Bueno, alguno yya lo dirá. Vamos, digo yo.
- Cualquier día de estos, les ofrezco una pirueta. No, piruleta, no. Pirueta.
El otro día mi madre me leyó la cartilla. Me dijo, entre otras cosas, que me veía muy perdida. Que quizá necesitara ayuda. Necesito saber lo que quiero. Hasta ahora me he dejado llevar demasiado por la improvisación. Necesito un plan e ir a por él. Elegir entre quedarme como estoy, que sería lo más cómodo, o intentar progresar en esta vida. Progreso. Divino progreso. Y todo esto es estupendo y maravilloso, pero que alguien me diga cómo se hace.
Que a ver dónde se coloca alguien como yo.
No, no fue por crisis de identidad.
La internaron porque la crisis era su identidad.
O porque su identidad era la crisis.
El caso es que la internaron. Lobotomizaron. Ahora es un vegetal. Sin fotosíntesis siquiera.
Hoy, mientras llovía en las calles, mientras sonaba el estribillo de Reptilia de The Strokes en mis oídos, hoy mientras algo dentro de mí era callado por eso que nos han enseñado a lo largo de varios siglos de educación y cultura llamado compostura, mientras todo eso y mucho más ocurría en las esquinas, las vidas, los momentos, lo que realmente me apetecía era gritarles. Un grito visceral, doloroso y dolorido. Me apetecía liarme a ostias. Ostias viscerales, dolorosas y dolidas. Hacer una última llamada desde la comisaria (esa única llamada que te dejan hacer), para decirles que gracias, que entre todos lo hemos logrado.
Por fin he arruinado mi vida.
Anoche, mientras deliraba de fiebre, y moría un poco más, pensó en todo el tiempo que había perdido. En los viajes que había dejado de hacer. En las personas que había dejado de conocer. En los absurdos momentos que se le habían escapado. Esperando. Bebió un poco de agua. Tosió débilmente. El instante era casi solemne. Nadie cuidaba de ella en su enfermedad. (No, él tampoco). Y volvió a toser. Y esperó el milagro. Y cerró los ojos. Y sonó el teléfono. Y no tuvo fuerzas. Y jamás supo quién era.
Seguramente, alguien que se habría equivocado.
Mientras miro por la ventana del hospital, recuerdo que hace 60 años liberamos París. Por aquel entonces yo trabajaba en un burdel y mantenía una relación de amor y odio con un oficial alemán, que resultó ser un traidor para su patria. Y sin embargo, fue asesinado sin ningún miramiento por los americanos. De él tomé mi nombre. A él le debo mis recuerdos.
La historia feliz se vuelve amarga. Así, de repente.
Mensaje para los dos fenómenos que han robado la Madonna y El Grito de Munch: por favor, hagan lo mismo conmigo.
No quiero seguir aquí.
Apenas reune fuerzas. La tierra traga sus palabras. Qué difícil es decir adiós, cuando realmente lo que se quiere decir es "quédate a mi lado". Para siempre. Por encima de todo. Y ella quisiera escribir una historia llena de dignidad y orgullo, que le ayudara a escupir este nudo que tiene en la garganta. Que le indicara el camino hacia delante. Y sin embargo, sólo se le ocurre la canción más triste del mundo. Esa que irrita sus ojos y quiebra su voz.
La niña que hay en ella llora sola en el patio.
El invierno será frío.
Incierta y poco probable historia negra de Rusia en tetra brik:
Tenemos que agradecer la Revolución Rusa a la reina Victoria de Inglaterra por haber transmitido la hemofilia al heredero Alexei Romanov. Lo cual trajo la contratación de Rasputín y una serie de decisiones políticas que pusieron al pueblo de excelente humor. Pero la reina no previó qué demonios había que hacer con Stalin. Que, por cierto, también era un niño mimado por su madre. Y con un padre con la mano larga. Que sufría paranoia e iba para cura. Que no sé qué es peor. Lo curioso sigue siendo lo de Anastasia, que apareció con perfecto acento de Oklahoma años después, presentándose en sociedad. ¿Y en el Hola? Cuando su cuerpo ya está encontrado y reconocido, ADN bendito. Vaya mentirosa. Debería haber elegido otra, porque falta su hermana (no sé cuál) y Alexei. Pero por este no damos un duro. Claro.
¿Y todo esto a santo de qué? Hoy no quiero hablar de mí misma.
Hergé, el creador de Tintín, dejó a su mujer por una de las coloreadoras de su estudio. Algo inadmisible en esa Bélgica católica, apostólica y romana en la que él vivía. "No sé cómo pudo surgir. Apenas nos veíamos en el estudio. Yo trabajaba encerrado, solo. Dejé a mi esposa y tuve que asumir que ya no estaba inmaculado"*. Ninguno lo estamos, ¿no crees, Hergé? Ya no nacemos con el pecado original, eso está superado, pero en nuestro día a día de pequeños odios, frustraciones, egoismos y mentiras, todos demostramos tener un lado oscuro. O no tan limpio. Hergé, al fin y al cabo, lo tuyo fue canalla, pero fue por amor.
Otros ni siquiera pueden decir eso.
* He hecho una reconstrucción de sus palabras, más o menos, extraídas de un documental que vi ayer.
Hay días en los que ya te levantas haciendo el primo. Le he comprado unas bragas por 10 euros a una señora que me ha dicho que tenía cáncer, la acababan de operar del corazón y no sé cuántos hijos con síndrome de down tenía que criar. Algo como muy excesivo, estilo Almodóvar. Ni siquiera ha conseguido que me sienta bien, en paz con mi conciencia, habiendo hecho la buena acción del día. Ni siquiera eso. Y seguro que las bragas son radioactivas y me producen un sarpullido del copetín.
Y ella con un piso en Miraconcha.
Anoche estuve sacándome fotos. Retratos claroscuros. Una manera de conocer quién soy y qué hago aquí. Supongo. Una manera de no alcanzar ninguna respuesta a esas dos preguntas. Anoche estuve mirándome por todos los ángulos a través de una cámara. Un objetivo. Pasando. Posando.
Aquella me pilló de sorpresa. Sólo entonces logré gustarme.
Reconozco que durante los Juegos Olímpicos me pego unas sesiones de sillón-ball de medalla de bronce como poco. Voy enlazando una cosa con la otra y al final acabo enganchada a los deportes más inverosímiles. Qué maravilla el Yurchenko carpado o los Yukos, Kokas e Ippones. El doble tirabuzón hacia delante. El penalty córner. Y las expulsiones temporales del waterpolo.
Así acabo, que no me tengo en pie. Pero hoy creo que eso es por otra cosa.
Gracias.
Penosa y patéticamente, me toca tirar de listín para encontrar a alguien dispuesto a sacarme de paseo. Podría llamar a un número aleatorio, y como me dijo M. ayer, iniciar una conversación del estilo:
- Buenas tardes, Sr. Altuna, ¿tiene usted un hijo entre 28 y 32 años? ¿Sabe qué plan tiene para esta noche?
En fin, lo que puede elucubrar la desesperación.
Nos dividieron en dos grupos. Los que valían y los que no. Así fue como jamás canté en el coro del colegio. Cuando salí del salón de actos, vi a otros defenestrados como yo. Algunos berreaban en plena pataleta. De ahí nació el punk. Otros, con cuatro latas de Fanta vacías y una corriente eléctrica crearon el tecno. Hicieron mucho dinero estando callados. Yo no hice nada. Me senté en la acera, mirando al infinito. Con madura dignidad. Sobria entereza. Estaban rodando mi primera película.
Todo un éxito del género adolescente.
Anoche, me senté en el suelo del balcón y miré al cielo. Pocas estrellas. La gente gritaba en las calles. Yo, fumaba un cigarrillo. Golden Virginia. Este es el mundo. Esta es la vida. Estos son los momentos. Hay cosas que puedo cambiar, y hay cosas que no. Lo posible y lo irremediable. Miré mis pies descalzos. Me vi como una niña, que tiene ganas de jugar, y no encuentra a nadie en el parque. Pensé que los únicos que me quedan son los desconocidos.
Esos nunca me abandonan.
Algunos ya sabrán, y si no lo saben, se lo digo yo, que se celebran las fiestas de mi pueblo. Unas fiestas que se sacaron de la manga porque aquí tenemos al santo patrón descolocado en enero. Bien, son las peores fiestas del mundo, hechas por y para guiris, en las que lo único decente es el concurso de fuegos artificiales. Imaginen el resto. Ese resto que esta noche, hacia las 4, meaba delante de mi casa en perfect français.
Que yo odie la Semana Grande por su carácter insípido y poco participativo, no quiere decir que me tengan que castigar todas las noches sin salir. Ni mucho menos que el día de la víspera de la Virgen (o sea, un sábado), me dejen en casa haciendo zapping porque no tengo plan. Ya sé que la ciudad estará insoportable.
Pero que me dejen pelear, por lo menos.
Café por la mañana. Hola. Te echo de menos. Y no sé cómo hacerlo más llevadero. Galletas. Tengo sueño pero no puedo dormir más. Ha salido el sol. A la playa. Con la gente. Sola. Un libro que empezaré hoy. Hola. Fin del café. Fin de las galletas. No sé qué hacer. Te echo de menos. Repito.
Creo que resulto frustrante para O. No me entusiasma la música electrónica, y los rítmos étnicos me dan dolor de cabeza. No creo en casi nada y los ideales que me quedan son cuatro y muy de vez en cuando. Y los bares hype a los que va, me ponen un poco mala. Soy un auténtico coñazo, supongo. Lo mismo puedo decir de M. No me gusta la música pachanguera de radiofórmula. No veo programas del corazón y no sé de quién me está hablando. Y los bares de marcha, me acaban asfixiando. Otro coñazo para ella. Y también para A. Que donde mejor encajaría es en la cantina de La Guerra de las Galaxias, con un Martini en la mano y al son de La chanson de Jackie de Jacques Brel.
Ah, A. soy yo. Guapa, guapa, guapa, y tonta a la vez.
Ya no volverán. Y sientes la extraña ausencia provocada por la ley natural. Y te preguntas dónde estarán, si es que están en alguna parte. Y quisieras hacerles preguntas. Y quizá estés recibiendo las respuestas.
Lo entenderás cuando seas sólo fotografía.
Ahora que estás a solas con las estrellas, te preguntas por qué la NASA, o quien sea que esté detrás de este proyecto -tampoco te lo dejaron muy claro, es cierto-, te envía en son de paz, más allá del espacio estelar. La soledad y el silencio que respiramos los humanos en el universo conocido, nos inquieta. Tienes que entenderlo, pequeño cosmonauta. Allí no hay nada, hasta que haya algo. O hasta que vengan en hordas a invadirnos. Con su piel verde y sus ojos torcidos. Bueno... er... el Presidente de los Estados Unidos de América sabe pilotar aviones de combate. Él cuidará de tu pequeña huerta de guisantes de Omaha, si eso es lo que te preocupa.
Pero es mejor que no lleguemos a ese extremo, pequeño cosmonauta.
Es así. Está bien. Aquello que gira por nuestro alrededor, no tiene por qué estar en contacto con nosotros. No. Ni siquiera si nos echamos a caminar hasta el frío. Podríamos permanecer ajenos. Como quien divisa pueblos abandonados desde el tren. Y nieve. Y esa niña jugando con una rama.
Sabemos que es un sueño que se nos niega.
Ladies and gentlemen, tenemos un nuevo miembro en la banda. Introducing... ¡el cacharrito!
Me estoy poniendo nerviosa. Lo que no entiendo es que si me tienen que mandar algo desde París a Donosti, por qué lo llevan primero a Bruselas y me lo mandan a Siberia-Gasteiz. Coge demasiada carrerilla y se pasa de largo. Es que no sé si va en avión, en camioneta o en triciclo, pero quiero mi cacharrito ya. Que deje de hacer interrail, que eso ya lo hizo su futura dueña hace unos años y es muy bonito pero agotador.
Me estoy poniendo nerviosa. Se nota, ¿no?
Ni siquiera la tormenta supo qué decir cuando, en aquel centro comercial, el chaval que veraneaba aburrido y asqueado con los padres se quedó petrificado al ver a la mujer de su vida (la misma que visualizaba en un altar y como madre de sus hijos), al otro lado de la barra de un bar donde servían pintxos fríos. Tartamudeó.
Y es que a veces es complicado decir Coca Cola.
En mi estado de ansiedad por hacer cosas, me despierto demasiado temprano para estar de vacaciones. Y ahora, me siento frente al ordenador, con la mala noticia de que el cacharrito que he comprado (ya verán, ya verán) no me lo traen hasta la semana que viene, y con el frenesí de tener que hacer unas cuantas compras (entre ellas, champú), bajarme mucha música (de esa que no me compraría nunca), diseñar bisutería (un conjunto azul), aprender a sacar fotos (que es complicado) y limpiar la cocina que está hecha un asco y hoy vuelven los aitas (sí, todavía vivo con mis padres, qué pasa). Ni me entero de por dónde voy (vaya novedad).
Yo sólo quiero hacer amiguitos en el parque (common people).
